Información de Teatro Inactual y artes residuales

sábado, 14 de diciembre de 2013

Homenaje a los malditos (IV)

La Tía Sandalia. Toda ciencia trascendiendo.

El día , aún en las primeras horas de la mañana se adivina caluroso. La Tía Sandalia desgrana los misterios del rosario entre el polvo que levanta el escobón de ramas.  Se acerca por el horizonte alguien a la carrera, entrecierra los ojos para agudizar su vista.  Antes de que llegue el mensajero gritando entrecortado por la asfixia, una punzada lacera su corazón.  “El Àngel... El Ángel se ha tirado… se ha tirado al pozo…  al pozo…”  La vecina que salía a tender ropa desde el silo vecino, ya la vio pataleando en el suelo,  llamó a gritos a su hijo, un adolescente larguirucho y corrieron a sujetarla. Tenía los ojos vueltos y la boca espumeaba. Metieron una punta de su delantal  en su boca, para que no se mordiera la lengua, pero no lograban reducirla.  Igual que cuando se llevaron a su marido al frente, se necesitaron cuatro hombres para refrenarla.   Al griterío salió otra vecina con un esqueje  de ruda, sembrada para los ataques, y se  la restregó bajo la nariz… solo así lograron aquietarla… Estuvo aquel largo verano de 1950 postrada en cama, los ojos fijos en el crucifijo de enfrente. Nadie podía ver lo que veía ella.

Unos  ángeles  bajaban del cielo , tenían túnicas moradas y alas color de oro,  su delantal era el paño de verónica desde el que asomaban las sangrientas facciones del divino rostro… vio la escalera por la que bajaban, tosca, de ciprés nudoso,  al salvador del mundo de su cruz. La misma por las que subieron el cuerpo de su hijo Ángel del fondo del pozo.  Ahora lo veía resplandeciente, como el sol levantándose en el camino…

Aquel fue su último ataque de epilepsia.   Cuando se levantó , se puso un habito morado  y se ciñó un cíngulo color oro , un hábito del nazareno que llevaría hasta su muerte. En sus adentros, el milagro del arte se había consumado.  Mandó a por yeso.  Con él cubría armazones de ramita de  sarmiento,  con una cuchara y el cuchillo iba modelando sus figuras y con la brocha, que hizo de crines del burro,  les daba pintura de temple al modo de policromado.   Una actividad devocionaria que ya llenaría su vida, convirtiendo su propia casa en santuario. De sus manos encallecidas fue saliendo un santoral tosco, un primitivismo evangélico,  religiosidad popular, que la Tía Sandalia (Villacañas 1902- 1987) analfabeta como era, traía desde los albores de lo legendario, hagiografías de tradición oral  o  del viejo libro de oraciones que su madre le enseñara. Entre sus paredes, verdadera cueva sacra, se percibe el dolor de la creación, la pasión de Cristo hecha la pasión del artista. Violencia inusitada de una expresividad trascendente. Artista con una misión marcada, toda su alma quedó plasmada  en su obra,  agitada y sencilla. Con la pureza y el misterio de un niño, dejó escritas unas torpes palabras:

Mi ALMA ESTU lla JESU
S llocoMOPE CADOrA ME A
brazo A TU
CrUz.
SANDAliA


 EC



sábado, 7 de diciembre de 2013

Los Corderos. El cielo de los tristes.

Nuevas formas de inmolación

Los cuerpos recorren cada palabra, como en una ceremonia  que olvidó su sentido.  Una alegoría furiosa dentro de una burbuja que nos sumerge en su barroquismo sin perspectivas, en su abigarramiento de lo inservible.  La retórica de una tecnología obsoleta no configura una estética, el espacio no se forma según leyes racionales, sino que es fruto de la movilidad, del fluir de la sangre.  Juego y riesgo, es decir, el filo de la tragedia al alcance de la mano. Instantes fugaces en el laberinto de la nada,  punción del deseo que desemboca en la muerte.  Muerte sellada al vacío. Perpetuación del absurdo de existir, el ser despojado de trascendencia abocado a su remedo . 


Los Corderos tienen un sentido de la poética teatral hondo, donde las metáforas de las acciones se encadenan:  Teseo que pierde el hilo, mata el asesinado, se trasviste la memoria, profilaxis del amor o  crisálida plástica. Línea telefónica con nuestra conciencia. Peces artificiales en un pecera, que nos proyecta , que nos encierra, en su asfixia cotidiana.  La máquina mimetizada con el hombre también inerme ante el tiempo, El cielo de los tristes, toca los límites cortantes de este abismo que llamamos vivir. En sus aristas queda el magistral esfuerzo de esta inmolación.


E.C



jueves, 17 de octubre de 2013

Crujir de tablas y otras músicas escénicas (III)


Arribo de Rachmaninov  a la isla de los muertos.


Solo encuentro alivio a este dolor terrible, tocando el piano. Es un dolor que siento llegar al abrir los ojos, cada mañana, un dolor lleno de ruido, que me asola y acaba con el silencio que necesito para componer…  En mi vida siempre me faltó el silencio, en mis primeros recuerdos están  los gritos de mis padres discutiendo por las dificultades económicas,  los gritos de mis profesores del conservatorio amenazándome con expulsarme. Siempre el ruido, aturdiéndome desde la memoria:  el llanto de mi madre cuando murió mi hermana Sofia, los rebuznos de los críticos con mi primera sinfonía, el estallido de la revolución, los trenes del exilio, el ajetreo de las ciudades, los efímeros aplausos …   la punzada de la neuralgia que taladraba mi sien,  y ahora esta  tos  que me va arrancando los pulmones…  tanto ruido  … ¿dónde encontrar el descanso?… ya abatido por la vida busqué un jardín que me recordara mi primera infancia, y aunque esta luz era tan distinta, imaginaba aún a mis hermanos, jugando al escondite, detrás de cada árbol; yo corría tras ellos por mis recuerdos,  los busqué como entonces,  en lo más frondoso de la arboleda, pero era la muerte quien me esperaba emboscada. Lo supe por el silencio. Sí, ese silencio, el necesario para componer, el que había buscado toda mi vida, al fin lo sentía: Lo comprendí, había arribado a la isla de los muertos…

EC. 




lunes, 7 de octubre de 2013

Autores contemporáneos (II)

Beckett: Las cenizas de las palabras

Desde que Beckett irrumpiera en el panorama teatral del siglo XX, este sigue en ruinas. Porque piezas como “La última cinta de Krapp” contribuyeron a ese derrumbe  del lenguaje, que mantenía a la miseria humana con su halo romántico de patetismo o tragedia. Sus escombros sepultaron al idealismo. Enterraron el fatal simulacro, las palabras huecas, las cáscaras vanas  en que se habían degradado los valores humanos. Las pasiones que engendraron el desarrollo del teatro quedaron reducidas a un mecanismo herrumbroso que ya solo generaría el chirrido rutinario de un remedo de  existencia.

Fragmentos de monólogos atroces que muestran que la palabra es el gran fracaso del hombre. Retales de memoria, acumuladas como cosas inservibles, inútiles. Mezquindades sin trascendencia, que degradan al hombre al automatismo de una reproducción fonográfica, fuera ya de unos contextos culturales, vaciada ya de cualquier carga emocional o trascendente, presa del tiempo (Cronos el único dios no abolido) en su caída hacia la nada (usurpando la eternidad) . Perdida la fe en la palabra, comenzando la grieta en los filósofos semitas, el hombre se convierte en su propio vigilante, acecha cada mínimo movimiento interior. Escrupuloso escrutador de su desgarro absoluto, instigador de sus propios y demoledores tormentos. Recorre  las dimensiones de su vacío. Esa deshumanización crea una nueva forma de dramaturgia que intenta desprenderse de los valores literarios abarcando ignotos territorios escénicos, clausurados antes para la palabra, intenta sondear desde el silencio aquello de lo que dijo Wittgenstein era mejor callar. La mayoría de los autores no obstantes solo desplazan su literatura hacia la acotación o el aparte, confundiendo el monólogo interior con los dictados de su propia conciencia, aderezada estos con exposiciones interpretativas bretchianas que intentan traspasar la propia pared que levantan, la famosa cuarta pared. La relación con el actor se enrarece, se necesitan intermediarios que le expliquen que sus resortes vitales y emocionales no sirven.  Lo ilustra Ghelderode en una acotación: “No se podrá creer real en ningún momento. Si parece vivo es que el actor lo representa mal.” No se podrá creer real pero aun reducido -metamorfoseado dirán otros- a marioneta  tendrá que transmitir verdad, vínculo ineludible con el espectador, irreal pero veraz son dos polos difíciles de reunir, insalvables para muchos que no guardaron el penoso equilibrio.
Interpretar reuniendo un montón de cenizas fue una tarea a la que se aplicaron fascinados por la imposibilidad (movidos por una rara fe) las vanguardias. Sacrificando, la comunicación ritual hacia lo sagrado se entabla siempre a través del sacrificio, toda la tradición de un oficio adquirido, buscando renovadamente la presencia. El siglo XX vagabundeó perdido entre esas ruinas, con sus cascotes erigió este túmulo que quería ser fin, final  testamentario cuya única heredad fue el sarcasmo.

De ese testamento nihilista ya podemos hacer hermenéutica, nuevo material de interpretación. Solo los personajes cuando alcanzan la verdad interpretativa, en el raro momento en que trascienden  el teatro, cuando se desvinculan del autor,  escapan a esta tasación histórica. Beckett también acabó en  sus libros, de los cuales podemos extraer algunas ideas. Ayer el Krapp, estuvo delante de mi, con su aterradora existencia, su desesperanza,  y su aspecto astroso. Es una criatura, ya,  tan tangible como quien en la oscuridad de la sala lo miraba. Es lo único que no podemos abolir, porque el teatro no depende de nosotros, aunque necesite de nuestras voces, de nuestras manos, escapa, desde siempre, indemne de las limitaciones textuales, por entre las rejas de los renglones, y vuelve inmutable al misterio de la oscuridad, del silencio. Haciéndose vida aun con la cenizas de unas palabras.

EC. 2005



sábado, 5 de octubre de 2013

Dramatis personae (XIII)

Los restos  de Fortunata

Cruzó la ciudad hacia el cementerio, abstraído,  sin mirar las calles. Al llegar dijo al taxista que esperara y buscó en el tercer patio la lápida. Tardo en encontrarla porque no recordaba que su nicho estuviera tan alto. Al fin leyó su nombre esculpido: Fortunata. Y fue como volver a verla. Fugaces se le aparecieron sus ojos, su sonrisa fresca, el tacto de sus manos, y hasta le pareció oír su voz... allí permaneció con el corazón atravesado, la cabeza gacha por ocultar el caudal de lágrimas que surcaban su cara. ¡Si le viese alguien! Aquel Don Juan, aquel Juanito Santa Cruz, aquel que no era ya sino un tiesto, un saco de achaques, abandonado por el tiempo…

Reparó en una flor que adornaba su nicho. ¿Quién la habría depositado? Ni Maximiliano muerto en el manicomio hacía tantos años, que no sería menos polvo que aquel que ahora visitaba; ni aquel farmacéutico, del que no recordaba el nombre, que se iría de Madrid al cielo haría tanto; ni el hijo, aquel haragán pendenciero, al que siempre se le ocultó quien era su madre. ¿Quién más, después de un siglo de aparecida la novela, podía haber dejado aquella flor?

 No podía saber que fui yo, un lector anónimo, quien la puse entre las páginas del libro, antes de cerrarlo y devolverlo al anaquel, rezando  por ella y por todos aquellos personajes, a los que una pasión devastadora, arrastró a la realidad desde sus novelas, sus piezas teatrales, sus lienzos … en un salto póetico que cruzó el abismo de la ficción hasta  la presencia. En la muerte más vivos , o al menos igual de nada, que  los mortales que llegaron hasta la sepultura en carne y hueso.


 Renqueante y encorvado regresa Don Juan, Juanito Santa Cruz, al coche, como quien sube,  por su propio pie, a su propio coche fúnebre.

EC. 2006


La Morfina. 1894. Santiago Rusiñol

domingo, 15 de septiembre de 2013

Espacios Escénicos (III)


Mujica Laínez .  Escenografías marchitas.


Acabó la época en que las aparatosas lámparas de araña multiplicaban en los espejos su barroquismo. La casa está clausurada. 

En el recibidor pende, como la bandera del naufragio, el gran tapiz descolorido y deshilachado, que retrata La adoración de los Reyes, tejido según cartón de Rubens (1), que vino a adornar el testero después de tantas vicisitudes históricas. Abajo un busto roto, desnarigado  y perdida una oreja y la mitad de su sonrisa, posiblemente, de la que fue dueña de la casa, nos da  la funesta bienvenida.

La escalera de caracol, expoliado su mármol,  se asoma a la espesa penumbra de un mausoleo, de  muebles amortajados, donde el carrillón del reloj hace mucho no marca ninguna hora. 

En los salones cuadros patinosos y oscuros, algún paisaje  se adivina de Prilidiano Pueyrredón (2) en otros ya manchados por la humedad no se distingue nada. Las huellas en el papel de la pared,  delata que allí hubo algunos  otros. Los que entraron en el lote del anticuario o el chamarilero.    Cruje el suelo, tapizado con los desconchones del techo,  por él se esparcen algún marco dorado carcomido, un violín destripado, algún quinqué sin tubo, discos de pizarra rotos, añicos de jarrones de Sévres, flores secas… Los cortinajes pesados y tiñosos guardan sombría  esta ruina.

En su biblioteca, las polillas apenas han dejado los tejuelos de los libros. Si alguien abriera alguno de sus tomos en piel, (El de “Pablo y Virginia” de Saint-Pierre, impreso por Alzine en Perpiñan en 1816,  pongamos por caso (3) ) las palabras se desmoronarían como polvo. Quedan sobre su escritorio, dos frasquitos de tinta seca, legajos polvorientos. Y en un cajón el retrato de una mujer joven, de expresión alegre, las monturas rotas de unas gafas y  algunas monedas de cobre fuera de curso.

En el dormitorio, bajo un crucifijo, el colchón hundido, el de un lecho que debió ser adoselado, enseña sus entrañas de plumas, cobijo de ratones. Tras la puerta los jirones de un vestido lila y un estrambótico sombrero con plumas de avestruz (4). Dos maletas de cuero cuarteadas, con pegatinas de hoteles distantes. Un tocador cojo de una pata y con su luna quebrada. Una polvera seca, tarritos de perfume que dejaron su fragancia en el pasado…

La cocina como el baño fueron  devastados en busca del plomo de sus tubos y cañerías, algún cubo de zinc desfondado, una sartén sin rabo, botellas vacías.
La mansión , se fue quedando tan muda como el panteón familiar, solo en verano se escuchan los vencejos que anidan en su piso de arriba. Hasta la esbelta palmera que se erguía en su jardín fue talada (5).

1   -      Del cuento La Adoración de los Reyes en Misteriosa Buenos Aires
2   -      Del cuento El pintor de San Isidro en Aquí Vivieron
3   -      En “Memorias de Pablo y Virginia” también cuento de Misteriosa Buenos Aires
4   -      Del Cuento El Coleccionista de Aquí Vivieron
5   -      De la novela “La Casa”


Así mismo, aparecen objetos descabalados de la novela Los Ídolos y otros tantos cuentos de Manuel Mujica Laínez , dispersos ya por mi memoria. 

EC




Naturalezas Muertas. Bodegones de La Recoleta 3, 7 y 11. Buenos Aires. 2013. EC

sábado, 3 de agosto de 2013

Lecciones de expresión corporal (I)


Ribera , el tacto en la pintura.

“Dios no tiene otras manos sino las nuestras” dijo Santa Teresa. Parece que  estas manos de Dios encarnaron en las pintadas  por José de Ribera.

Huesudas y pálidas en el místico, sarmentosas y rudas en anacoretas y penitentes, delicadas en  magdalenas y vírgenes, hinchadas por las intemperies en los pedigüeños que se asoman a su apostolado.  Manos ancianas desgastadas por la vida, aferradas a los días y   encallecidas de quienes han  escarbado  la tierra con sus manos. Todas tienen el peso de una existencia, trasmiten sus fatigas.

Debieron ser a imagen y semejanza del Españoleto, nacido en 1591, crecido con la lezna, las hormas  y los tafiletes de la zapatería paterna, el niño descubrió la pintura en los retablos de Játiva, las del Maestro de Perea o de Juan de Juanes, entre muchos ejemplos. Pudo pasar al taller de Ribalta antes de marchar a  Italia, descubrir a Caravaggio que salpicaría su pintura de sombras y crudeza,  y trabajar con Fanzago, con quien buscó en la concreción visual de las formas , la emoción del movimiento. Manos que ya exhaustas y temblorosas, pintaron el mismo año de su muerte, 1652 , esa sinfonía de movimientos, luces y colores que es la Comunión de los Apóstoles en la napolitana  iglesia de San Martino.

Pintado cada hueso, cada músculo, cada arruga, la piel tatuada con las inclemencias del destino, pero también cada nervio, cada pulsión de la sangre, manos que oran et laboran, su tacto llega hasta nuestra mirada, palpamos la oscuridad que las rodea, hasta donde no llega  la vista. Allí los cráneos, los devocionarios, los instrumentos del martirio…  sus fondos tienen la oscuridad de la muerte. Donde esta carne, atravesada por el dolor, vive. Nos señala y nos convoca.

EC








domingo, 28 de julio de 2013

Dramatis personae (XII)


Edvard Munch. El itinerario del sonámbulo

Ante la pintura de Munch más que emoción sentimos un escalofrío. Por su trazo sinuoso asistimos al desgarro, al abatimiento de un destino: el del hombre perdido en sí mismo. Nos hace así, testigos de su propio dolor, convirtiendo por tanto, su arte en sacrificio.

Su mirada hacia dentro, honda, enquistada, hace que no sean personas sino almas las que se asoman a  sus cuadros. Creando una unidad trágica desde sus primeras obras.  Como en los grandes, su estilo no es fruto de una búsqueda estética, sino de un encuentro fatal.  El de la belleza con la muerte.


Sus pinturas cruzan el inquietante puente que va del expresionismo al simbolismo. Enigmáticas y obsesivas, de colores densos, en violenta pugna entre ellos. Fascina la energía y el instinto de su pincel, los abismos que recorre. La mujer como ausencia, la soledad del hombre, que autorretrata constantemente, ese silencio eterno que propaga El Grito. La angustia de vivir, de saberse muerto bajo un cielo deshabitado.

EC





sábado, 20 de julio de 2013

Espacios escénicos (II)

Martín Ramírez. La perspectiva desde el túnel

No es un precursor ni un predecesor: es un símbolo. Mientras vivió fue un perfecto desconocido y sólo fue descubierto diez años después de su muerte, en 1970. Ramírez nació en 1885, en Jalisco. No se sabe en qué lugar,probablemente en un pueblo pequeño. Trabajó tal vez en el campo y más tarde en una lavandería; al despuntar el siglo, en plena Revolución de México, medio muerto de hambre, emigró a los Estados Unidos. Como tantos de sus compatriotas fue peón caminero en los ferrocarriles; dejó el trabajo porque empezó a sufrir ofuscaciones y alucinaciones. Aunque es difícil reconstruir sus idas y venidas, se sabe que hacia 1915 dejó de hablar, que vagó varios años sin dirección fija, a ratos trabajando y otros viviendo de la caridad pública, hasta que, en 1930, las autoridades de Los Ángeles lo recogieron en Pershing Square, un lugar de refugio de vagabundos y mendigos. El diagnóstico de los médicos fue sin esperanza: paranoico esquizofrénico incurable. Lo internaron en una institución estatal, el hospital Dewirt, en donde vivió treinta años, hasta su muerte, en I960. 

Ramírez nunca recobró el habla pero hacia 1945 comenzó a dibujar y a colorear con lápiz sus composiciones. Decisión que es la cifra de su situación y la clave de su personalidad artística: renunció a la palabra pero no a expresarse. Dibujaba a espaldas de las autoridades pues los guardianes, para conservar limpias las salas, destruían las obras de los pacientes. Unos pocos años antes de su muerte tuvo la fortuna de ser descubierto por un psiquiatra que se convirtió en su ángel custodio, el doctor Tarmo Pasto. Un día en que el profesor, acompañado de sus discípulos de la Universidad de Sacramento, visitaba el hospital, se le acercó Ramírez y le entregó un rollo de dibujos que llevaba escondido debajo de la camisa.

(Octavio Paz. Los privilegios de la vista I. Arte e identidad: los hispanos de los Estados Unidos.)





Yo araba, salía el sol y araba, se iba el sol y araba a tientas, había días en que ni el sol salía de tanto tener los ojos metidos en la tierra. Un gusano parecía uno. Un gusano de su propia hambre. Royendo su propia vida, escarbando una galería hacia su muerte. La tierra no daba para llenar la barriga, el sol picaba en la espalda encorvada, como pica la sarna, y los piojos, y las pulgas y chinches, y las ladillas, todos los bichos que uno coge en el túnel por el que se llega aquí.

Trabajé en el ferrocarril para poder mandar dinero, trabajé hasta que me echaron, porque ya no había trabajo para los extranjeros, porque a los blancos también se les acaba la comida y venían a escarbar el túnel. De allí, fui más al norte, más hondo, a las mismísimas entrañas de la tierra, fui minero, yo me notaba ya raro en aquel hoyo, como si estuviera escarbando mi tumba con las uñas, me pasaba las noches rascándome aquella llaga que era mi vida con el retrato que me habían enviado de mi hijo.

Sí, todo este es un lugar donde viven los muertos. Tenemos esta fosa donde olvidarnos de la vida. Nadie nos trae flores, ni nos reza, ni nos enciende velas, porque ya no somos muertos recientes, nos vamos pudriendo en la memoria de los otros, cada vez más polvo, cada vez más nada.

Un puente sobre los precipicios, y un tren que lo atraviesa, cruza los túneles  deja atrás la oscuridad y sale a la luz… si me consiguiera betún de los zapatos para pintar eso…


EC.  Fragmentos de  La perspectiva dentro del túnel


domingo, 7 de julio de 2013

Nuestro teatro moderno (III)



Pienso que es imposible asistir a un espectáculo teatral, íntegramente. Casi siempre llegamos tarde; pero, además, algo de nosotros se queda siempre fuera. Al sentamos en una butaca en cualquier teatro, apenas se acomodan allí tres cuartas partes de nosotros mismos; el resto divaga por el vestíbulo, esperándonos; se queda en él para reanudar a la salida nuestra vida particular, nuestra vida íntima, personal, suspendida al inicial el pasillo del patio de butacas. 

El peligro es evidente. Un autor puede ser fascinado por ese público en el que cada individuo va dejando las tres cuartas partes de sí mismo, en ese taller donde tan mal se forja el hombre social, mezcla de inhibición, de docilidad, de cautela ... Puede ser fascinado y engullido, como la mosca en la tela; pero al propio tiempo, ¿ no está obligado a producir el fenómeno escénico para esas tres cuartas partes, raras veces para el fragmento que suele quedarse en el vestíbulo? 

Benjamin Jarnés. Fauna Contemporánea (Espasa-Calpe 1933)

martes, 2 de julio de 2013

Alberto Ycaza In Memoriam



"Pero las modas pasan de moda y es el Arte el que vence al espacio y el tiempo”
Alberto Ycaza. Imágenes de la memoria


El espejo llegó en una vieja embarcación española, atravesó umbrosas selvas, caudalosos remansos, la espesura de los sueños. Cruzó las empedradas calles de una ciudad colonial que se erigía en el horizonte,  hasta que fue colgado   presidiendo el sombrío salón del palacete.  Unas décadas  después, tras la muerte de sus dueños todo quedó clausurado. Solo los fantasmas de  otra época asomaban a él su rostro, como si lo hiciesen al fondo de un pozo. 

Pasados los siglos el nicaragüense Alberto Ycaza (León 1945-San José 2002),  abrió las ventanas de aquella estancia ruinosa. La luz del trópico volvió a sacar destellos del bruñido marco, inundó de fulgores vivos el rancio barroco que lo encuadraba. Solo esta alma aristócrata,  supo sumergirse de nuevo en la travesía onírica entre dos mundos, contemplar el fondo de ese espejo olvidado,  abismarse hasta donde brotan sus imágenes.

Descubrió allí  los símbolos  atesorados por el tiempo, la orfebrería del pensamiento tras el cortinajes de los siglos, y los tomó como botín.  No las piezas de museo, sino el espíritu vivo de la pintura. Las trajo con sus pinceles hasta nuestro presente eterno. Arraigo y tradición  a la que supo dar originales matices propios. En los dorados bizantinos volaba el Quetzal, como una alegoría del Nuevo Mundo.  En las brumas renacentistas se abigarraban frutos de carnalidad tropical , los colores de la América asomada al Caribe alumbraron  los claroscuros de Rembrandt, donde supo engastar la  pedrería simbolista de Moreau. Los irreales crepúsculos del barroco Matías de Arteaga y el rostro de Rubén Darío también asomaban al espejo de sus lienzos. Dioses paganos y el panteón cristiano, catedrales y pirámides mayas, convergían en esta mirada tan clásica como utópica.


Pintor , filósofo y dramaturgo,  Ycaza fraguó un arte lleno de reminiscencias. Heredero y trasmisor de una cultura, pontífice entre dos continentes, dos realidades artísticas. Buscó la fuente eterna de la que brota el misterio. Sus cuadros guardan los ecos de una liturgia antigua, la pasión volcánica de sus paisajes natales,  el espíritu sagrado que hace de toda obra infinito espejo donde reflejarse nuestra alma. 

E.C.


                                                                         "Homenaje a Rubén Darío" Óleo sobre tela 1991


                                           "El príncipe de los poetas del nuevo mundo"  (detalle)  Óleo sobre tela 1988


sábado, 8 de junio de 2013

Dramatis personae (XI)


Leonardo Alenza. El artista entre esputos o breve reseña del arte español

La suscripción popular libró  sus despojos de alguna de las seis fosas comunes que tenía el cementerio  de Fuencarral. Hasta sus anónimas bocas le arrastró una tuberculosis, enfermedad que en sí certifica su adscripción romántica, cuando tenía 38 años de edad.

Cruzó una época desoladora, que ilustra bien el recorrido de su pintura. De esos cartelones históricos, que se irían perdiendo, cada vez más patinosos, por dependencias de la administración, a las pequeñas pinturas, como el magistral retrato de Peña ,conserje de la Academia, o los suicidas románticos.  De los dibujos costumbristas con puntas de ironía, a estos amargos caprichos, bajo la sombra tutelar de Goya, que guarda el Metropolitan de Nueva York. En resumen del academicismo yerto a un romanticismo enfermizo, truncado por el esputo y la tos, como lo fue el nuestro.


Alenza cruzó la segunda etapa del absolutismo fernandino,  conoció la barbarie de la guerra, la brutalidad de la represión y el cinismo de la censura, la indiferencia y la envidia, curriculum este inexcusable para todo artista español. 

EC







martes, 4 de junio de 2013

Evocación de Fantasmas (II)


Larra.  El enemigo en el espejo.

Una tarde como esta se debió de matar Larra. Unos niños que jugaban en la estrecha calle se asustaron con la detonación del disparo. El tendero de abajo contaba que escuchó caer el cuerpo muerto.”Como si se desplomara un saco” y señalaba entre las vigas. Cuando descubrieron el cadáver olía a pólvora, el cuerpo estaba aun caliente, el espejo aun empañado, algunos papeles emborronados regados por el suelo.

Algunos libros dicen que se mata por un amor imposible, otros que lo hizo ante un espejo. Todos si que  señalan el día13 de Febrero como el de su muerte. Hay una placa en la calle de la Amnistía que recuerda  el hecho. Una esquina, un balcón al que siempre miramos esperando escuchar aun el eco de aquella tragedia...

Debió de ser una de estas tardes, que presienten  ya la primavera, en que  los cambios bruscos de tiempo empañan el cielo, dejándolo color ceniza.

Desde el fondo del espejo, sus ojos  conteniendo las lágrimas le miran. Hace una bola con el papel en el que intentó garabatear  unas frases. Se levanta mientras aquel desconocido le observa, emboscado en los adentros del azogue. Se mira como uno se mira en un sueño, entre perdido y ausente.  Se filtra por las ventanas el griterío de la chiquillería, abajo, en la calle. Se mira las manos y tiembla. Se sostiene la mirada con aquel retador reflejo. Una mueca de soledad  en la luz que agoniza. Abre el cajón y le enseña al espejo la pistola.

Solo permaneció su imagen un momento más que él, asomada al espejo. El tiempo de ver aquel cuerpo regado cuan largo era. Demacrada la tez que sobresalía ahora como una mancha del traje negro. Los botines pesados e inútiles, las manos crispadas. El olor de la pólvora borró al del perfume de la anterior visita. El reflejo de Larra se perdió en el fondo del espejo.

La pistola que llevó a su sien está expuesta en una vitrina del Museo Romántico, en la madrileña calle de San Mateo. Parece mentira que eso, que hoy parece un juguetito obsoleto, pudiera arrancarle la vida a alguien.

EC. 





Leonardo Alenza. Sátiras del suicidio romántico.

domingo, 2 de junio de 2013

Métodos, manuales, prácticas y otras inutilidades (I)



Ejercicios de memorización  


Un reloj descompuesto, varada su única manecilla en las once. Seguirlo como una brújula anclada en el pasado.

Descubrir en el fondo de un cajón unas fotos olvidadas. Reconstruir alrededor de esas imágenes los deseos inconfesables de aquel entonces.

Unos versos adormecidos en unas hojas que amarillean. Buscarle nuevas rimas asonantes.

La luz del Sol entre la arboleda. Los celajes cruzando el cielo… Fijar una ruta ficticia por dónde pasear nuestra nostalgia.

El solar del que fue nuestro colegio. Habitarlo con la cantinela monótona de la  lista de compañeros. Poner falta a los ausentes.

Cerrar los ojos y sentir ladrar a un perro que tuvimos hace años. Tirarle un recuerdo y que corra a recogerlo.

Abrir una habitación vacía, oler el polvo o la humedad. Mirar absorto por  la ventana que  nunca  tuvo.

Buscar rastros de nuestro paso por los libros: pétalos, billetes de tren, tickets de compra, décimos de lotería, sellos, frases subrayadas… calcular la velocidad media a las que olvidamos esas lecturas.

Escuchar una vieja canción en la radio,  filtrada por un tabique.

Ver llorar a un ser querido, más tarde verlo muerto. Resucitar las oraciones que nos enseñaron cuando niño.

Tachar una fecha  en un calendario, esperar pacientemente a que llegue, olvidarla, y así sucesivamente.


(Estas  prácticas se realizaran cada ocho poemas. No se deben administrar sin consultar a sus sueños)






EC. Serie "Los huéspedes del tiempo"


sábado, 25 de mayo de 2013

Dramatis personae (X)


Rouault.  Miserere nobis

Este Miserere,  matriz de la obra de Rouault, viacrucis de 58 grabados, tiene la técnica del santo sudario: coágulos de sombras, impresión de las heridas, la sangre y el sufrimiento dando forma al rostro del hombre.  El pintor se abismó en los infiernos de su tiempo, el de las grandes guerras mundiales, como anteriormente Callot y Goya dieran a la estampa la crueldad bélica de la época que cruzaron.

A diferencia de ellos, en el aporte corpóreo de estas planchas no acaba la contemplación,  estas son sólo la concavidad de un aparecer, concavidad de un vientre donde se desarrolla el germinar de una esperanza. Ya que la tragedia alienta en su pintura lo invisible. La pasión del hombre se confunde en la del Cristo, trascendiéndola hasta el misterioso umbral dónde la Fe aparece.

En este imponente retablo de tierra oscura, la mirada no se hunde bajo el peso de las líneas materiales del aguafuerte y aguatinta sobre papel, sino que como la luz que atraviesa las vidrieras expanden el color sobre el espacio , así estos grabados descomponen sus trazos negros, telúricos y ancestrales,  en piadosas oraciones.


EC


Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam, 1923-1948


El duro oficio de vivir, 1922-1948


¡Será la última vez padre! 1927 - 1948


La muerte le sorprendió en su lecho de ortígas. 1922-1948


El justo como la madera de sándalo, perfuma el hacha que lo golpea, 1926-1948




jueves, 23 de mayo de 2013

Juan de la Zaranda, ofertorio de cal y sueños


Texto publicado en la revista Gestos nº 55, abril 2013 (Universidad de Irvine, California)





Recordar aquel entonces es reabrir los ritos de lo cotidiano.  Comenzaba a caer la tarde, llegábamos a la nave de ensayo por un cañaveral, un camino de tierra paralelo a una vía de tren,  Juan  prendía una fogata y se sentaba a mirarla, allí gestaba lo que iba a ser el ensayo.  Estos se llenaban de incienso  y del paso de los costaleros con los que siempre marchaban sus personajes. En sus escenografías siempre había escaleras por las que nadie subía y ventanas desde las que sólo las ausencias miraban.  Rara vez se sentaba mientras dirigía, fumaba sin parar y seguía muy cerquita  a los actores, les dejaba frases, que arrancaba a los recuerdos de su infancia,  sin pasar por el papel, así desde un primer momento caían al escenario, no cayeron desde luego en cizaña. Jugaba con el actor, junto con ellos buscaba una entrada, un imposible regreso  a ese mundo ya perdido, donde crecían jaramagos en las tejas, las paredes estaban encaladas, y la ropa se oreaba al sol. Así hasta las tantas de la noche, hasta que brotaba algo que le dejara ir tranquilo, desbordante de ideas, contagiándonos su entusiasmo,  hasta el bar donde seguía soñando la obra.

Así se sucedían los ensayos, Juan rara vez traía algo proyectado, ningún boceto, los procesos eran largos y agotadores.  Cuando dudaba o se encontraba perdido, se volvía y me miraba, era un no sentirse solo  que le bastaba. No era un obseso, se ilusionaba como un niño con un juguete con cada escena, nada de lo que ocurría en el escenario le era indiferente,  podía reírse o cabrearse, pero siempre trasmitía una emoción intensa. Una vez alcanzado el estreno, Juan se aburría, aquello ya era algo de otros, del público, sus fantasmas se esfumaban tras los ensayos.

Escribió poco, lo necesario, lo imprescindible. Su dramaturgia era de muy pocas calles, las que habitaban los seres que circundaron  su pasado : sentados en sus sillas de eneas, encendiendo braseros de picón, o durmiendo la jumera a la puerta de los tabancos, embriagados siempre de vida, ahogados en su existencia.  El mal que arrastraban no era social , tan en boga entonces,  sino que cargaban con la cruz de su existencia, porque sus personajes arrancaban de lo más hondo y doloroso su quejío, desde los estertores del tiempo. 
Cuando los reunió a todos, conjurándolos de la muerte, dejó de creer en las obras teatrales , y se dedicó a escribir, siempre a lápiz, breves poemas escénicos, donde ya más que personajes asomaba él.   Él como ellos, siendo uno de ellos, desembocaba a la vida como un río desbordante, vida sin límites. Todo en él era extremo, tormentoso, pasional, delicado ,talento esparcido a los cuatro vientos.  Es imposible que en quien se lo cruzara no dejara un recuerdo. Su conversación era imprevisible, nunca banal, salpicada de poesías y de ingeniosas bromas que era como un inventar situaciones dramáticas. 

Era un maestro que sabía que no tenía nada que enseñar, que todo quedaba en la obra, predicaba con el ejemplo. No tenía ningún secreto porque para él todo era misterio.   “La verdadera obra de arte de Dios viene y a Dios va” encabezaba  un  prólogo que me hizo. Dejó dos obras tremendas, de una belleza terrible,  ásperas como el esparto, recorrieron el mundo. Mariameneo  y Vinagre de Jerez que alumbrarán su memoria.  Desbrozó un camino, hemos seguido su senda. Hasta pronto Juan. Ya llegaste a la casa del Padre. Nuestra Fe es mayor que nuestra tristeza.


Eusebio Calonge



sábado, 6 de abril de 2013

El cuarto del utilero (VI)

 Confusiones polivalentes 




En nuestros teatros reina hoy una confusión casi babilónica de los estilos como consecuencia de muchos y diversos experimentos. En un mismo escenario, en una misma obra, intervienen actores de muy diversa técnica, entre decorados fantásticos se actúa de manera naturalista. La técnica declamatoria se halla en un estado lamentable. Los versos se recitan como si fueran el habla cotidiana, el lenguaje de los mercados se dice como el verso, etc., etc. El actor moderno se enfrenta con el mismo desconcierto a su lenguaje gestual. 
Éste pretende ser individual pero es sólo arbitrario, pretende ser natural y es sólo casual. Un mismo actor emplea unos gestos que son apropiados para el circo y una mímica que sólo puede percibirse con prismáticos desde la primera fila del patio de butacas. Es decir, ¡un saldo de todos los estilos de todos los tiempos, un certamen de todos los efectos posibles e imposibles!

Bertolt Brecht.


jueves, 14 de febrero de 2013

Homenaje a los Malditos (III)


León Bloy. Alabanza del incendiario


Hay quienes le tienen miedo; hay muchos que le odian; todos evitan su contacto, cual si fuese un lazarino, un apestado; la familiaridad con la muerte ha puesto en su ser algo de espectral y de macabro; en esa vida lívida no florece una sola rosa.

Jamás veréis que se le cite en los diarios; la prensa parisiense, herida por él, se ha pasado la palabra de aviso: "Silencio." Lo mejor es no ocuparse de ese loco furioso; no escribir su nombre, relegar a ese vociferador al manicomio del olvido... Pero resulta que el loco clama con una voz tan tremenda y tan sonora, que se hace oir como un clarín de la Biblia. Sus libros se solicitan casi misteriosamente; entre ciertas gentes su nombre es una mala palabra; los señalados editores que publican sus obras, se lavan las manos.
León Bloy sigue adelante, cargado con su montaña de odios, sin inclinar su frente una sola línea. Por su propia voluntad se ha consagrado a un cruel sacerdocio.

No es de estos tiempos, Si fuese cierto que las almas transmigran, diríase que uno de aquellos fervorosos combatientes de las Cruzadas, o más bien, uno de los predicadores antiguos que arengaban a los reyes y a los pueblos corrompidos, se ha reencarnado en León Bloy, para venir a luchar por la ley de Dios y por el ideal, en esta época en que se ha cometido el asesinato del Entusiasmo y el envenenamiento del alma popular. El desafía, desenmascara, injuria.

León Bloy ha rugido en el vacío. Unas cuantas almas han respondido a sus clamores; pero mucho es que sus propósitos de demoledor, de perseguidor, no le hayan conducido a un verdadero martirio, bajo el poder de la canalla contemporánea. Decir la verdad es siempre peligroso, y gritarla de modo tremendo como este inaudito campeón es condenarse al sacrificio voluntario. El lo ha hecho; y tanto, que sus manos, capaces de desquijarar leones, se han ocupado en apretar el pescuezo de más de un perrillo de cortesana. He dicho que la gran venganza ha sido el silencio. Se ha querido aplastar con esa plancha de plomo al sublevado, al raro, al que viene a turbar las alegrías carnavalescas, con sus imprecaciones y clarinadas. Por eso la crítica oficial ha dejado en la sombra sus libros y sus folletos. 

No pueden saborearle los asiduos gustadores de los jarabes y vinos de la literatura a la moda, y menos los comedores de pan sin sal, los porosos fabricantes de crítica exegética, cloróticos de estilo, raquíticos o cacoquimios. ¡Cómo alzará las manos, lleno de espanto, el rebaño de afeminados, al oir los truenos de Bloy, sus fulminantes escatologías, sus "cargas" proféticas y el estallido de sus bombas de dinamita fecal.

Este artista-— porque Bloy es un grande artista—se lamenta de la pérdida del entusiasmo, de la frialdad de estos tiempos para con todo aquello que por el cultivo del ideal o los resplandores de la fe nos pueda salvar de la banalidad y sequedad contemporánea.

Tiene la vasta fuerza de ser un fanático. El fanatismo, en cualquier terreno, es el calor, es la vida: indica que el alma está toda entera en su obra de elección. ¡El fanatismo es soplo que viene de lo alto, luz que irradia en los nimbos y aureolas de los santos y de los genios!

Rubén Darío. Fragmento de un capítulo sobre León Bloy en  "Los Raros"



Los mejores nombres que llevan los mortales les han sido asignados por sus enemigos
Barbey D'Aurevilly


¡Maldición para aquel que no ha mendigado! 
Nada hay más grande que mendigar.
Dios mendiga. Los Ángeles mendigan. Los Reyes, los Profetas y los Santos mendigan. 
Los Muertos  mendigan.
Todo aquello que está en la Gloria y en la Luz, mendiga. 
¿Por qué ha de quererse que yo no me honre da haber sido un mendigo, y sobre todo, un "mendigo ingrato"? ... 
La primera y más terrible parte de mi vida ha sido cantada en EL DESESPERADO. 
He aquí los cuatro últimos años, mis harto sombríos cuatro últimos años. 
He creído conveniente publicar algunas de las reflexiones que me sugería cotidianamente mi suplicio. 
Desde el punto de vista de la historia de las letras francesas, no está demás que se sepa de qué manera ha tratado a un escritor  altivo, que no ha  querido prostituirse. 

Grand-Montrouge, fiesta de San Lázaro 1895. 

León Bloy. Prólogo al "Mendigo Ingrato"



Sois un “Maravillosos artífice del Verbo”, me escribe con mayúsculas, un joven y ya incurable cretino. Así es como deben hablar los demonios a sus cautivos, en el lugar del infierno donde crepitan eternamente los imbéciles.

León Bloy." El Invendible"

Es imposible ser un artista, vale decir, un testigo de la vida superior, sin exterminar cada día a un montón de burgueses, por lo menos en lo íntimo del pensamiento, con el vivo y pujante deseo del esplendor que ellos oscurecen. Y cuanto más enamorado es un artista más vehemente este deseo.

León Bloy. "Exégesis de Lugares Comunes"

¡Ah! Si los ricos de nuestros tiempos fuesen auténticos paganos, idólatras declarados, no habría nada que decir. Su primer deber sería , evidentemente, aplastar a los débiles, y el de estos el vengarse, cuando la ocasión se presentara. pero, ahora, aun haciendo lo que hacen, quieren ser católicos, pretender ocultar su ídolos en las mismas llagas adorables.

León Bloy. "La sangre del pobre"

¿Vosotros enseñáis que estamos sobre la tierra para divertirnos? ¡Y bien  Nosotros, los muertos de hambre y los harapientos, vamos a divertirnos. Vosotros no miráis a los que lloran y sólo pensáis en gozar. Pero aquellos que desde hace millares de años lloran y os miran , van a gozar por fin, a su vez, y ya que la justicia no existe, harán un simulacro de ella, sirviéndose de vosotros para su diversión.

León Bloy.  "El mendigo Ingrato"