Edvard Munch. El itinerario del
sonámbulo
Ante la pintura de Munch más
que emoción sentimos un escalofrío. Por su trazo sinuoso asistimos al desgarro,
al abatimiento de un destino: el del hombre perdido en sí mismo. Nos hace así, testigos de su propio dolor, convirtiendo por tanto, su arte en sacrificio.
Su mirada hacia dentro, honda,
enquistada, hace que no sean personas sino almas las que se asoman a sus cuadros. Creando una unidad trágica desde
sus primeras obras. Como en los grandes,
su estilo no es fruto de una búsqueda estética, sino de un encuentro fatal. El de la belleza con la muerte.
Sus pinturas cruzan el
inquietante puente que va del expresionismo al simbolismo. Enigmáticas y
obsesivas, de colores densos, en violenta pugna entre ellos. Fascina la energía
y el instinto de su pincel, los abismos que recorre. La mujer como ausencia, la
soledad del hombre, que autorretrata constantemente, ese silencio eterno que
propaga El Grito. La angustia de vivir, de saberse muerto bajo un cielo
deshabitado.
EC
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