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jueves, 17 de octubre de 2013

Crujir de tablas y otras músicas escénicas (III)


Arribo de Rachmaninov  a la isla de los muertos.


Solo encuentro alivio a este dolor terrible, tocando el piano. Es un dolor que siento llegar al abrir los ojos, cada mañana, un dolor lleno de ruido, que me asola y acaba con el silencio que necesito para componer…  En mi vida siempre me faltó el silencio, en mis primeros recuerdos están  los gritos de mis padres discutiendo por las dificultades económicas,  los gritos de mis profesores del conservatorio amenazándome con expulsarme. Siempre el ruido, aturdiéndome desde la memoria:  el llanto de mi madre cuando murió mi hermana Sofia, los rebuznos de los críticos con mi primera sinfonía, el estallido de la revolución, los trenes del exilio, el ajetreo de las ciudades, los efímeros aplausos …   la punzada de la neuralgia que taladraba mi sien,  y ahora esta  tos  que me va arrancando los pulmones…  tanto ruido  … ¿dónde encontrar el descanso?… ya abatido por la vida busqué un jardín que me recordara mi primera infancia, y aunque esta luz era tan distinta, imaginaba aún a mis hermanos, jugando al escondite, detrás de cada árbol; yo corría tras ellos por mis recuerdos,  los busqué como entonces,  en lo más frondoso de la arboleda, pero era la muerte quien me esperaba emboscada. Lo supe por el silencio. Sí, ese silencio, el necesario para componer, el que había buscado toda mi vida, al fin lo sentía: Lo comprendí, había arribado a la isla de los muertos…

EC. 




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