Información de Teatro Inactual y artes residuales

domingo, 29 de abril de 2012

El cuarto del utilero (IV)

Los bocetos extraviados (1)


Agobiado por la enfermedad imprevista, inesperada, que en dos semanas se abatiera como un huracán sobre el hombre despreocupado y feliz que era él...
(A. Solyenitzin. Pabellón de cancerosos)



sábado, 28 de abril de 2012

Crujir de tablas y otras músicas escénicas (II)




Oliver Messiaen: Entre la creación y la revelación


Del misterio al milagro, entre la música y la visión, se propagan estos signos sonoros. Vibrantes su espíritu en nuestros sentidos, como colores que fulguran hasta transfigurar el lenguaje musical.

Este estallido de la profusión divina no acepta la medida humana. El instante, el aliento, el soplo que se escapa, es la partitura de Visions de l`amen (1943) Sus notas quedaron vibrando, al mismo borde del silencio.

Silencios y vibraciones que no originan pausas, es el principio de esta quietud mística. Cuerdas secretas de la soledad sonora. Diapasón del universo. Texturas  de ecos celestes. Huella imperceptible de un germinar que no cesa.

Presencia viva, ruta visible del alma. La urdimbre material de tocar a cuatro manos y encontrar en la Fé el aire donde inspirarse.

Parece que Messiaen partió de un texto de Ernesto Hello, para tallar este retablo de palpitaciones. Encarnar sería un verbo que definiría la traslación de este éxtasis. Cristalizar destellos verbales en una música que lleva su geometría hasta el límite, la que curva el infinito.

Cuando la vanguardia se hace irreversible, justamente, se crean estos clásicos.

EC


sábado, 21 de abril de 2012

Dramatis personae (VI)





Joan Colom: La realidad de espaldas


Los espejos rotos que son estas fotografías de Joan Colom, retratan la tragedia sórdida, contando una historia que no es la que vemos...
Estas carnes yertas que entierran  tantos deseos, estas miradas desnudas que saben de tantos ocasos. Escaleras sin luz, camas de un rato. Las toses y la saliva. Habitaciones color de miseria. Humo de cigarrillos los días. Hablan del  amor hecho pedazos, la parte de la muerte que enseñan las fatigas. Los tacones  que recorren cada herida. Todo oculto tras el áspero maquillaje , tras las esquinas de la vida.

Calles de mala reputación, como versos descabalados de Gil de Biedma, siempre somos peores que nosotros mismos. Naufragios en soledad y alcohol, destinos sin billete de vuelta, a ninguna parte, sin salida.

EC







viernes, 20 de abril de 2012

Crujidos de tablas y otras músicas escénicas (I)





Tío Borrico: de la voz las ortigas.


Yo no llegaba al mostrador, mi padre me sentaba encima, entre mis primeros recuerdos están aquella madera gastada y los palitos de tiza por cada vaso. El suelo era de serrín y se mezclaba el olor del vino malo (pirriaque se le llama allí) con el del urinario.

Algunas botas o barriles muy oscuras casi negras, descoloridos carteles de toros, o de fútbol, almanaques con gachís, por aquel entonces aun en bikinis.

Los tabanqueros eran gente seria, poco habladora, la tiza en la oreja, era esencial mantener la distancia con los borrachos. Siempre había un cartelito escrito a mano que decía “Se prohíbe el cante”

Allí conocí aquellos hombres perpetuamente parados, varados más bien en su destino, esperando a quien les pagara un vaso  (en los tabancos no había copas ni catavinos) Los recuerdo sombríos. Su naufragio era hondo. Su mal no era social, era existencial. Cuando se entendió lo contrario vino el mal, el falso flamenco. En aquel mundo cerrado de señoritos y todos los demás,  no había clases sino castas, algo inmóvil y para siempre.

Eran voces rotas, que rajaban a quien las escuchaba, como el vino peleón en la garganta, cantando las mismas letras anónimas de siempre...”A cada puerta que llamo / la encuentro cerrá”,  “Si la madre mía de mis entrañas/ levantara la cabeza, y viera como me veo/ se moriría de tristeza”... acompañada solo por los nudillos sobre el mostrador. No era canciones para la expansión del espíritu, aquella era una queja gritada a un pozo.
Una cátedra de Manuel Torres: “El cante bueno no gusta, duele. ¿A quien le gusta el cante? ¿A quien le va a gustar sufrir?”

La de Tío Gregorio, El Borrico, era una voz de tierra, terrón con ortigas y raíces amargas. Fue cantaor de la Venta Marivá, un tapaillo, compartió la desesperación de aquellas  mujeres de la vida. Decía que el Cante había nacido en el vientre de las madres. En un reservado alguien le espetó una vez, canta como un borrico. Ahí quedo el mote... y el nombre artístico.

Dicen que acabó viviendo poco menos que de la caridad. No podemos decir que olvidado, porque nunca lo reconoció nadie. En sus últimos años, cruzaba la barriada muy despacito, dejándose el alma a cada paso. Su cara estaba abotargada, sus ojos solo parecían vivos cuando cantaba. Aquel cante roto y jondo, como una candelá en una escombrera. Se lo llevó una trombosis en el año 83, tenía setenta y tres años.

Las generaciones de mi tiempo, nacidas ya en polígonos, aniquiladas por la heroína, y algo igual de nocivo para el arte: el comercio. Eso que hizo de Hombres Grandes, personajes dignos de la época, reconocidos y premiados según las modas.

El flamenco es para mi un mundo clausurado en mi infancia, aunque en algunos momentos se escape un eco oscuro que llega hasta el hoy.  Visitan mi memoria  entonces  estos hombres, analfabetos e irreductibles, que como en el verso de Julio Mariscal, pasan oscuros con sus miserias a cuestas. Son los abandonados, los poscristos del sueño.

EC



domingo, 15 de abril de 2012

Dramatis personae (V)



Miroslav Tychý. Mendigar la belleza.



Añicos de belleza sustraídos del ámbito divino, antes de que en su fugacidad se desvanezcan. Esquirlas de erotismo, en grises mal revelados. Con técnicas de desecho una visión de soslayo al corazón, con su soledad intacta. Enmarcadas en cartón pintarrajeado.

Expulsado del paraíso, otea desde la distancia inalcanzable a sus ángeles de mármol o hielo. Mujeres de carne onírica, tras los setos, al borde de la nada. Con la mirada borrosa de los psiquiátricos y las cárceles, con que el estado comunista impulsó su carrera, brota esta poética del desahucio, del deseo estéril y enajenado. Voyeur de la vida, leve testimonio de los cuerpos, manual de ausencias.

EC










sábado, 14 de abril de 2012

Novedades editoriales (II) Alejandro Sawa. Iluminaciones en la sombra

En el teatro Eslava durante el ensayo.

Bajo la luz difusa del alto tragaluz se agitan silenciosamente en el patio, con movimientos de larvas bien halladas en su elemento, grupos de coristas que forman borrones sombríos en la decoración espectral, aguardando la voz de mando que las llame a escena.

Aquí nada que recuerde la vida; parece mentira que luzca un sol allá fuera…

Me asaltan ideas de desastres, de muchedumbres diezmadas, de inanidad y de tedio. En la escena los cómicos canturrean malos versos y prosas rastreras con tonos soñolientos de sacristanes malhumorados. Se masca el aire que se respira; tan pesado es. También se masca el aburrimiento.

Una figura de mujer viene a sentarse a mi lado en las butacas. Va vestida de negro, con tocas negras, con faldas negras, con guantes negros, con pelo negro, con ojos, negros, con una sonrisa negra que hiela.


¿Será la Muerte?


Luego, á una voz imperativa que viene del fondo del escenario, la mujer se levanta y se va. Una som­brilla que esgrime me hace lanzar un grito involun­tario. ¡Dios mío, si será una guadaña! Pero no hay que temer por esta vez, porque la mujer, al subir á escena, chuchotea un aire musical canalla y hace ademán de levantarse las enaguas. ¡Qué horrores ocultarán sin parecerlo! No, no es S. M. la Muerte; es S. M. el Tedio.


El Tedio, que recibe en sus aposentos: un teatro.



Alejandro Sawa. Iluminaciones en la sombra. Ed. Renacimiento. Madrid  1910



jueves, 12 de abril de 2012

Tragedias ejemplares (IV)

Alejandro Sawa. Mala Estrella (y IV)

 Núm. 5.9131.-Empresa de Servicios Fúnebres de la Viuda e Hijo de Aquilino Puerta, Leganitos, 54. Debe Dª Juana Poirrier y Merzier, por los efectos suministrados y gastos suplidos para el enterramiento del cadáver de su esposo, D. Alejandro Sawa y Martínez, inhumado en el Cementerio de la Almudena, Madrid 4 de marzo de 1909. Por una caja de madera forrada de negro y con cintas negras, paño, cuatro velas y candeleros dorados, coche de tercera con dos caballos, sepultura de tercera temporal, en el Cementerio de la Almudena (Civil), Este. Derechos del médico forense. Comisión de la Empresa. Total: 70 pesetas.



Grabado Ricardo Baroja

Tragedias ejemplares (III)

Alejandro Sawa. Mala Estrella (III)

Murió en belleza, sin una contracción en el hermoso sem­blante, sin una frase torpe ni un gesto feo. Dentro del ataúd y a la luz de los cirios, parecía de mármol. Detalle escalofriante. Un clavo de la caja le había lastimado la sién, y de la herida salió un hilillo de sangre que cuajó enseguida. Ese clavo sobre el que apoyaste la frente para dormir tu último sueño… ¡pobre hermano! … es el símbolo cruel de tu historia triste.


Eduardo Zamacois relata la escena que Valle copió del natural.


                                                        Grabado de Ricardo Baroja

Tragedias ejemplares (II)


Alejandro Sawa. Mala Estrella (II)


Querido Darío: Vengo a verle después de haber estado en casa de nuestro pobre Alejandro Sawa. He llorado delante del muerto, por él, por mí, y por todos los pobres poetas. Yo no puedo hacer nada; usted tampoco; pero si nos juntamos unos cuantos, algo podríamos hacer. Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de esperanzas y tribulaciones. El fracaso de todos sus intentos para publicado y una carta donde le retiraban una colaboración de sesenta pesetas que tenía en El Liberal le volvieron loco en los últimos días. Una locura desesperada. Quería matarse. Tuvo el final de un rey de tragedia: loco, ciego y furioso.


Valle Inclán no firma. Tras el último vocablo, se limita a trazar una pequeña cruz.

Grabado de Ricardo Baroja

miércoles, 11 de abril de 2012

Tragedias ejemplares (I)

Alejandro Sawa. Mala Estrella (I)

Tú no sabes de esta postrera estación  de mi vida mortal, sino que me he quedado ciego. Parece que esto es ya bastante, pero no lo es, porque además de ciego, estoy, va ya para dos años, tan enfermo, que la frase trapense de nuestro gran Villiers: "mi cuerpo está ya maduro para la tumba", es una de las más frecuentes letanías en que se diluye mi alma. Pues bien: tal como estoy, tal como soy, vivo en pleno Madrid más desampa­rado aún, menos socorrido, que si yo hubiera plantado mi tienda en mitad de los matorrales sin flor y sin fruto, a gran distancia de toda carretera. Creyendo en mi prestigio literario, he llamado a las puertas de los periódicos y de las cavernas editoriales, y no me han respondido; crédulo de mis condiciones sociales -yo no soy un ogro ni una fiera de los bosques- he llamado a la amistad  insistentemente y esta no me ha respondido tampoco.¿ Es que un hombre como yo  
puede morir así, sombríamente, un poco asesinado por todo el mundo y sin que su muerte, como su vida,haya tenido mayor trascendencia que la de una mera anécdota de soledad y rebeldía en la sociedad de su tiempo?

Un fraternal abrazo.

Alejandro Sawa. Carta a Rubén Darío

Grabado Ricardo Baroja