Información de Teatro Inactual y artes residuales

sábado, 25 de mayo de 2013

Dramatis personae (X)


Rouault.  Miserere nobis

Este Miserere,  matriz de la obra de Rouault, viacrucis de 58 grabados, tiene la técnica del santo sudario: coágulos de sombras, impresión de las heridas, la sangre y el sufrimiento dando forma al rostro del hombre.  El pintor se abismó en los infiernos de su tiempo, el de las grandes guerras mundiales, como anteriormente Callot y Goya dieran a la estampa la crueldad bélica de la época que cruzaron.

A diferencia de ellos, en el aporte corpóreo de estas planchas no acaba la contemplación,  estas son sólo la concavidad de un aparecer, concavidad de un vientre donde se desarrolla el germinar de una esperanza. Ya que la tragedia alienta en su pintura lo invisible. La pasión del hombre se confunde en la del Cristo, trascendiéndola hasta el misterioso umbral dónde la Fe aparece.

En este imponente retablo de tierra oscura, la mirada no se hunde bajo el peso de las líneas materiales del aguafuerte y aguatinta sobre papel, sino que como la luz que atraviesa las vidrieras expanden el color sobre el espacio , así estos grabados descomponen sus trazos negros, telúricos y ancestrales,  en piadosas oraciones.


EC


Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam, 1923-1948


El duro oficio de vivir, 1922-1948


¡Será la última vez padre! 1927 - 1948


La muerte le sorprendió en su lecho de ortígas. 1922-1948


El justo como la madera de sándalo, perfuma el hacha que lo golpea, 1926-1948




jueves, 23 de mayo de 2013

Juan de la Zaranda, ofertorio de cal y sueños


Texto publicado en la revista Gestos nº 55, abril 2013 (Universidad de Irvine, California)





Recordar aquel entonces es reabrir los ritos de lo cotidiano.  Comenzaba a caer la tarde, llegábamos a la nave de ensayo por un cañaveral, un camino de tierra paralelo a una vía de tren,  Juan  prendía una fogata y se sentaba a mirarla, allí gestaba lo que iba a ser el ensayo.  Estos se llenaban de incienso  y del paso de los costaleros con los que siempre marchaban sus personajes. En sus escenografías siempre había escaleras por las que nadie subía y ventanas desde las que sólo las ausencias miraban.  Rara vez se sentaba mientras dirigía, fumaba sin parar y seguía muy cerquita  a los actores, les dejaba frases, que arrancaba a los recuerdos de su infancia,  sin pasar por el papel, así desde un primer momento caían al escenario, no cayeron desde luego en cizaña. Jugaba con el actor, junto con ellos buscaba una entrada, un imposible regreso  a ese mundo ya perdido, donde crecían jaramagos en las tejas, las paredes estaban encaladas, y la ropa se oreaba al sol. Así hasta las tantas de la noche, hasta que brotaba algo que le dejara ir tranquilo, desbordante de ideas, contagiándonos su entusiasmo,  hasta el bar donde seguía soñando la obra.

Así se sucedían los ensayos, Juan rara vez traía algo proyectado, ningún boceto, los procesos eran largos y agotadores.  Cuando dudaba o se encontraba perdido, se volvía y me miraba, era un no sentirse solo  que le bastaba. No era un obseso, se ilusionaba como un niño con un juguete con cada escena, nada de lo que ocurría en el escenario le era indiferente,  podía reírse o cabrearse, pero siempre trasmitía una emoción intensa. Una vez alcanzado el estreno, Juan se aburría, aquello ya era algo de otros, del público, sus fantasmas se esfumaban tras los ensayos.

Escribió poco, lo necesario, lo imprescindible. Su dramaturgia era de muy pocas calles, las que habitaban los seres que circundaron  su pasado : sentados en sus sillas de eneas, encendiendo braseros de picón, o durmiendo la jumera a la puerta de los tabancos, embriagados siempre de vida, ahogados en su existencia.  El mal que arrastraban no era social , tan en boga entonces,  sino que cargaban con la cruz de su existencia, porque sus personajes arrancaban de lo más hondo y doloroso su quejío, desde los estertores del tiempo. 
Cuando los reunió a todos, conjurándolos de la muerte, dejó de creer en las obras teatrales , y se dedicó a escribir, siempre a lápiz, breves poemas escénicos, donde ya más que personajes asomaba él.   Él como ellos, siendo uno de ellos, desembocaba a la vida como un río desbordante, vida sin límites. Todo en él era extremo, tormentoso, pasional, delicado ,talento esparcido a los cuatro vientos.  Es imposible que en quien se lo cruzara no dejara un recuerdo. Su conversación era imprevisible, nunca banal, salpicada de poesías y de ingeniosas bromas que era como un inventar situaciones dramáticas. 

Era un maestro que sabía que no tenía nada que enseñar, que todo quedaba en la obra, predicaba con el ejemplo. No tenía ningún secreto porque para él todo era misterio.   “La verdadera obra de arte de Dios viene y a Dios va” encabezaba  un  prólogo que me hizo. Dejó dos obras tremendas, de una belleza terrible,  ásperas como el esparto, recorrieron el mundo. Mariameneo  y Vinagre de Jerez que alumbrarán su memoria.  Desbrozó un camino, hemos seguido su senda. Hasta pronto Juan. Ya llegaste a la casa del Padre. Nuestra Fe es mayor que nuestra tristeza.


Eusebio Calonge