Información de Teatro Inactual y artes residuales

sábado, 14 de diciembre de 2013

Homenaje a los malditos (IV)

La Tía Sandalia. Toda ciencia trascendiendo.

El día , aún en las primeras horas de la mañana se adivina caluroso. La Tía Sandalia desgrana los misterios del rosario entre el polvo que levanta el escobón de ramas.  Se acerca por el horizonte alguien a la carrera, entrecierra los ojos para agudizar su vista.  Antes de que llegue el mensajero gritando entrecortado por la asfixia, una punzada lacera su corazón.  “El Àngel... El Ángel se ha tirado… se ha tirado al pozo…  al pozo…”  La vecina que salía a tender ropa desde el silo vecino, ya la vio pataleando en el suelo,  llamó a gritos a su hijo, un adolescente larguirucho y corrieron a sujetarla. Tenía los ojos vueltos y la boca espumeaba. Metieron una punta de su delantal  en su boca, para que no se mordiera la lengua, pero no lograban reducirla.  Igual que cuando se llevaron a su marido al frente, se necesitaron cuatro hombres para refrenarla.   Al griterío salió otra vecina con un esqueje  de ruda, sembrada para los ataques, y se  la restregó bajo la nariz… solo así lograron aquietarla… Estuvo aquel largo verano de 1950 postrada en cama, los ojos fijos en el crucifijo de enfrente. Nadie podía ver lo que veía ella.

Unos  ángeles  bajaban del cielo , tenían túnicas moradas y alas color de oro,  su delantal era el paño de verónica desde el que asomaban las sangrientas facciones del divino rostro… vio la escalera por la que bajaban, tosca, de ciprés nudoso,  al salvador del mundo de su cruz. La misma por las que subieron el cuerpo de su hijo Ángel del fondo del pozo.  Ahora lo veía resplandeciente, como el sol levantándose en el camino…

Aquel fue su último ataque de epilepsia.   Cuando se levantó , se puso un habito morado  y se ciñó un cíngulo color oro , un hábito del nazareno que llevaría hasta su muerte. En sus adentros, el milagro del arte se había consumado.  Mandó a por yeso.  Con él cubría armazones de ramita de  sarmiento,  con una cuchara y el cuchillo iba modelando sus figuras y con la brocha, que hizo de crines del burro,  les daba pintura de temple al modo de policromado.   Una actividad devocionaria que ya llenaría su vida, convirtiendo su propia casa en santuario. De sus manos encallecidas fue saliendo un santoral tosco, un primitivismo evangélico,  religiosidad popular, que la Tía Sandalia (Villacañas 1902- 1987) analfabeta como era, traía desde los albores de lo legendario, hagiografías de tradición oral  o  del viejo libro de oraciones que su madre le enseñara. Entre sus paredes, verdadera cueva sacra, se percibe el dolor de la creación, la pasión de Cristo hecha la pasión del artista. Violencia inusitada de una expresividad trascendente. Artista con una misión marcada, toda su alma quedó plasmada  en su obra,  agitada y sencilla. Con la pureza y el misterio de un niño, dejó escritas unas torpes palabras:

Mi ALMA ESTU lla JESU
S llocoMOPE CADOrA ME A
brazo A TU
CrUz.
SANDAliA


 EC



sábado, 7 de diciembre de 2013

Los Corderos. El cielo de los tristes.

Nuevas formas de inmolación

Los cuerpos recorren cada palabra, como en una ceremonia  que olvidó su sentido.  Una alegoría furiosa dentro de una burbuja que nos sumerge en su barroquismo sin perspectivas, en su abigarramiento de lo inservible.  La retórica de una tecnología obsoleta no configura una estética, el espacio no se forma según leyes racionales, sino que es fruto de la movilidad, del fluir de la sangre.  Juego y riesgo, es decir, el filo de la tragedia al alcance de la mano. Instantes fugaces en el laberinto de la nada,  punción del deseo que desemboca en la muerte.  Muerte sellada al vacío. Perpetuación del absurdo de existir, el ser despojado de trascendencia abocado a su remedo . 


Los Corderos tienen un sentido de la poética teatral hondo, donde las metáforas de las acciones se encadenan:  Teseo que pierde el hilo, mata el asesinado, se trasviste la memoria, profilaxis del amor o  crisálida plástica. Línea telefónica con nuestra conciencia. Peces artificiales en un pecera, que nos proyecta , que nos encierra, en su asfixia cotidiana.  La máquina mimetizada con el hombre también inerme ante el tiempo, El cielo de los tristes, toca los límites cortantes de este abismo que llamamos vivir. En sus aristas queda el magistral esfuerzo de esta inmolación.


E.C