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jueves, 14 de febrero de 2013

Homenaje a los Malditos (III)


León Bloy. Alabanza del incendiario


Hay quienes le tienen miedo; hay muchos que le odian; todos evitan su contacto, cual si fuese un lazarino, un apestado; la familiaridad con la muerte ha puesto en su ser algo de espectral y de macabro; en esa vida lívida no florece una sola rosa.

Jamás veréis que se le cite en los diarios; la prensa parisiense, herida por él, se ha pasado la palabra de aviso: "Silencio." Lo mejor es no ocuparse de ese loco furioso; no escribir su nombre, relegar a ese vociferador al manicomio del olvido... Pero resulta que el loco clama con una voz tan tremenda y tan sonora, que se hace oir como un clarín de la Biblia. Sus libros se solicitan casi misteriosamente; entre ciertas gentes su nombre es una mala palabra; los señalados editores que publican sus obras, se lavan las manos.
León Bloy sigue adelante, cargado con su montaña de odios, sin inclinar su frente una sola línea. Por su propia voluntad se ha consagrado a un cruel sacerdocio.

No es de estos tiempos, Si fuese cierto que las almas transmigran, diríase que uno de aquellos fervorosos combatientes de las Cruzadas, o más bien, uno de los predicadores antiguos que arengaban a los reyes y a los pueblos corrompidos, se ha reencarnado en León Bloy, para venir a luchar por la ley de Dios y por el ideal, en esta época en que se ha cometido el asesinato del Entusiasmo y el envenenamiento del alma popular. El desafía, desenmascara, injuria.

León Bloy ha rugido en el vacío. Unas cuantas almas han respondido a sus clamores; pero mucho es que sus propósitos de demoledor, de perseguidor, no le hayan conducido a un verdadero martirio, bajo el poder de la canalla contemporánea. Decir la verdad es siempre peligroso, y gritarla de modo tremendo como este inaudito campeón es condenarse al sacrificio voluntario. El lo ha hecho; y tanto, que sus manos, capaces de desquijarar leones, se han ocupado en apretar el pescuezo de más de un perrillo de cortesana. He dicho que la gran venganza ha sido el silencio. Se ha querido aplastar con esa plancha de plomo al sublevado, al raro, al que viene a turbar las alegrías carnavalescas, con sus imprecaciones y clarinadas. Por eso la crítica oficial ha dejado en la sombra sus libros y sus folletos. 

No pueden saborearle los asiduos gustadores de los jarabes y vinos de la literatura a la moda, y menos los comedores de pan sin sal, los porosos fabricantes de crítica exegética, cloróticos de estilo, raquíticos o cacoquimios. ¡Cómo alzará las manos, lleno de espanto, el rebaño de afeminados, al oir los truenos de Bloy, sus fulminantes escatologías, sus "cargas" proféticas y el estallido de sus bombas de dinamita fecal.

Este artista-— porque Bloy es un grande artista—se lamenta de la pérdida del entusiasmo, de la frialdad de estos tiempos para con todo aquello que por el cultivo del ideal o los resplandores de la fe nos pueda salvar de la banalidad y sequedad contemporánea.

Tiene la vasta fuerza de ser un fanático. El fanatismo, en cualquier terreno, es el calor, es la vida: indica que el alma está toda entera en su obra de elección. ¡El fanatismo es soplo que viene de lo alto, luz que irradia en los nimbos y aureolas de los santos y de los genios!

Rubén Darío. Fragmento de un capítulo sobre León Bloy en  "Los Raros"



Los mejores nombres que llevan los mortales les han sido asignados por sus enemigos
Barbey D'Aurevilly


¡Maldición para aquel que no ha mendigado! 
Nada hay más grande que mendigar.
Dios mendiga. Los Ángeles mendigan. Los Reyes, los Profetas y los Santos mendigan. 
Los Muertos  mendigan.
Todo aquello que está en la Gloria y en la Luz, mendiga. 
¿Por qué ha de quererse que yo no me honre da haber sido un mendigo, y sobre todo, un "mendigo ingrato"? ... 
La primera y más terrible parte de mi vida ha sido cantada en EL DESESPERADO. 
He aquí los cuatro últimos años, mis harto sombríos cuatro últimos años. 
He creído conveniente publicar algunas de las reflexiones que me sugería cotidianamente mi suplicio. 
Desde el punto de vista de la historia de las letras francesas, no está demás que se sepa de qué manera ha tratado a un escritor  altivo, que no ha  querido prostituirse. 

Grand-Montrouge, fiesta de San Lázaro 1895. 

León Bloy. Prólogo al "Mendigo Ingrato"



Sois un “Maravillosos artífice del Verbo”, me escribe con mayúsculas, un joven y ya incurable cretino. Así es como deben hablar los demonios a sus cautivos, en el lugar del infierno donde crepitan eternamente los imbéciles.

León Bloy." El Invendible"

Es imposible ser un artista, vale decir, un testigo de la vida superior, sin exterminar cada día a un montón de burgueses, por lo menos en lo íntimo del pensamiento, con el vivo y pujante deseo del esplendor que ellos oscurecen. Y cuanto más enamorado es un artista más vehemente este deseo.

León Bloy. "Exégesis de Lugares Comunes"

¡Ah! Si los ricos de nuestros tiempos fuesen auténticos paganos, idólatras declarados, no habría nada que decir. Su primer deber sería , evidentemente, aplastar a los débiles, y el de estos el vengarse, cuando la ocasión se presentara. pero, ahora, aun haciendo lo que hacen, quieren ser católicos, pretender ocultar su ídolos en las mismas llagas adorables.

León Bloy. "La sangre del pobre"

¿Vosotros enseñáis que estamos sobre la tierra para divertirnos? ¡Y bien  Nosotros, los muertos de hambre y los harapientos, vamos a divertirnos. Vosotros no miráis a los que lloran y sólo pensáis en gozar. Pero aquellos que desde hace millares de años lloran y os miran , van a gozar por fin, a su vez, y ya que la justicia no existe, harán un simulacro de ella, sirviéndose de vosotros para su diversión.

León Bloy.  "El mendigo Ingrato"



sábado, 9 de febrero de 2013

Dramatis personae. (IX)



José Manuel Navia. Dos mortos

Combate el levante, se lleva los jaramagos secos de las tumbas. Cuando lo escucho, imagino que es el llanto de alguien, que  aún llora sobre mi recuerdo. Es terrible que lloren por uno, pero aún más terrible que nos olviden y dejen de llorarnos. Lo peor es este silencio en que nos imaginamos que hablamos con alguien y es solo nuestro propio eco…  estoy solo…  llevo mucho de muerto, probablemente  no sea más que un puñado de cenizas, pero  el dolor no se descompone, sigue intacto desde entonces.

EC




     Las fotografias de Navia, son del  libro "Pisadas sonámbulas"

viernes, 8 de febrero de 2013

Evocación de fantasmas (I)



José Antonio Ramos Sucre, los aires del presagio

En la oscuridad de la biblioteca, sellada a la luz de la tarde sus ventanales, me esperaba emboscada su mirada. La llama negra de sus ojos.  Trajo la vieja mulata que servía la casa un quinqué con fulgores trémulos. La suficiente luz para reconocernos. Seguía manteniendo aquella expresión entre altiva y desencajada, el pelo crespo, la tez pálida de la clausura. Las manos finas y pulcras recorrían insistentes el orden absoluto del escritorio.
Un “aquí me tienes” precedió al abrazo. Un esbozo de sonrisa honda apareció en su rostro. Hablamos de las cosas banales, de los encuentros tras un largo viaje,  recorriendo,  yo , con la mirada los rostros adustos de sus antepasados, mujeres enlutadas y generales con aparatosas condecoraciones.  Llegaron las graves campanadas de una iglesia cercana y tras estas, como un eco ligero, las del reloj que pendulaba su pesado bronce en un rincón. Se colaron también hasta aquella estancia triste y sombría, los graznidos de fugaces pájaros que anunciaban el ocaso. Apuramos las copas de vino afrutado, dejamos una conversación sobre Poe, recogió el sombrero negro, se ajusto la corbata también enlutada y salimos a la calle.

La noche que ya había caído, dejó solitarias las calles coloniales. Nuestras sombras se alargaban al pasar bajo las farolas de gas. Solo algún perro vagabundo  nos cruzamos en nuestro camino. De la humilde Iglesia de Santa Inés, pasando por la pintoresca calle del Alacrán, hasta llegar a las ruinas blancas de la plaza Bolívar. Allí nos sentamos bajo unos matapalos frondosos, frente a unos cañones oxidados.

Su tristeza, la tristeza del suicida, no encontraba ya reposo en la belleza recóndita de las noches tropicales. Mientras yo me embriagaba con los perfumes que arrancaba el aire entre las matas, los rumores distantes del mar que desembocaban por las encaladas esquinas. José Antonio le daba vueltas a una frase esquiva: “Había resuelto esconderse para el sufrimiento. Se holgaba en una vivienda sepulcral... ...”
Camino a la tórrida habitación de la hospedería,  dudé en quien era el viajero. Pensamiento que cuidé de callarme.  -Nos volveremos a ver pronto -, fueron las últimas palabras antes de cerrarse aquel portón a cal y canto, con eco hondo sus goznes renegridos de panteón retumbaron en la quietud de la madrugada.

Y hoy me devuelves la visita desde tu Cumaná caliente. Al abrir este libro de tapas azules, y encontrarme con estas frases, estos versos, enroscados a tu corazón como una sierpe. Y brindamos en este Madrid lluvioso y áspero con el mismo vino dulce del que tú gustas y pasearemos por sus calles húmedas en cuanto caiga la noche. Como conviene a dos fantasmas.

E.C
Madrid, 8 de Mayo de 2002


Un texto de La Torre de Timón de J.A. Ramos Sucre:

"Cuando descansa en la noche con la nostalgia de amorosa compañía, no le intimida el pensamiento de la tierra sobre su cadaver. El horror del sepulcro es ya menos grave que el hastío de la vida lenta y sin objeto. No le importa el olvido que sigue a la muerte, quisiera apresurar sus días y desaparecer un río en medio de estériles riberas. Huye también de recordar antiguas alegrías, refinadamente crueles que engañaron al más sabio de los hombres, convenciéndolo de la vanidad de todo. Así concluye pensando el que de sus goces recogió espinas, y vivió inútil. Aún más desolada convicción cabe a quien ni procreando se unió en simpático lazo con la humanidad... Ahora olvidado, triste, duro a todo afecto el corazón, si derramara lágrimas, serían lavas ardientes, venidas desde muy hondo."


lunes, 4 de febrero de 2013

Homenaje a los Malditos (II)


María Blanchard: Enfermedad, convalecencia y Milagro de la pintura

Ir al Reina Sofía,  a  la exposición de Maria Blanchard me dejó  la impresión de ir a visitar  al hospital, a una conocida moribunda. En primer lugar estuve perdido entre pasillos, esquivando eso que se llaman instalaciones, a cual más horrenda,  más descarada.  También alguna exposición de denuncia, pero lo primero que se denuncia a sí mismo es que el supuesto dibujante es a duras penas un vulgar pinta monas.  Luego de  preguntar por dos veces me aclaran que está en la tercera planta, traumatología me dan ganas de apostillar, y allí llego, ascensor mediante. Otra exposición que esquivar, creo de fotos,  ya con lo visto tengo bastante… y por fin al fondo, reposan sus cuadros.  

Sí, porque son pocos los cuadros que allí toman vida.  Comenzando por un cubismo triste, que como un academicismo se impone, que la encorseta, y que como cimientos irá ocultando con los años, pero dejando ver sus marcadas líneas, como un andamiaje, que trasluce bajo la figura humana.  No deja de ser paradójico en ella, que tanto supo del dolor de la carne, que en estos cuadros, realizados con tanto esfuerzo, no quede más que la geometría de los cuerpos.

Pasada una década vienen esas pinturas más gratas. Con algo de ilustración, por su candidez, su inocencia: niños, juguetes y golosinas,  personas con piel de muñecos, con un color de infancia ajada, de plumier, de cajón de pupitre, y estampita de santo, madonas de mística cotidiana.  Una visión ya convaleciente de las vanguardias entonces en boga. Un gran destello de esta época: La Comulgante, que fue lo primero que de ella conocí y me sigue pareciendo un lienzo inquietante, de detalles sentimentales,  delicados contornos, buscando la pureza más que la transgresión y en el que  su doloroso universo ya rasga  los telones de la época, deja las escuelas y los ismos, la retórica moderna, para adentrase en ella, la gran pintora. Y aquí el milagro, en sus últimas pinturas, de comienzo de los años treinta, apenas refrendado en esta exposición en dos bodegones. Llenos de fuerza, trazo enérgico hundiéndose en colores tierra, ocre, sangre y blanca pureza . De aquellos recipientes cubistas brotó esta pintura viva, donde un cuchillo en primer plano corta la contemplación en dos, sombra y luz se disputan el recuerdo.  Aquí está la pintura, aquí al fin corre libre y poderosa,  afluyendo en la tradición del arte.  Sí, María, ahora sales conmigo de ese espantoso hospital del arte contemporáneo, cruzas la soleada mañana de invierno.  Sembrando todas esas flores que querías pintar en la memoria. 

EC

sábado, 2 de febrero de 2013

Joaquín Terán. Colección de celajes

El paisaje es el estado del Alma. 
Amiel. Diario íntimo


Hay horizontes que son como cicatrices. En ellos se  oculta la forma de una herida. La pátina poética  del imprimir el alma en el mundo.  Son paisajes que no guardan ecos panteístas, ni tampoco la naturaleza le sirve de ornamento. El desgarro que los trazó, dejó la soledad al descubierto. La desolación de la belleza, su remoto misterio, temblando en cada hoja, entre lo oscuro y lo inmenso.  Horizontes desnudos, si acaso algún matorral ralo, en que frágil, un arbusto da testimonio de una desolación eterna. Frente , la espesa arboleda, umbría,  siempre en lontananza,  inalcanzable, como una nostalgia. Sendas perdidas, luz del  ocaso  que nos asoma al cielo, o a las nubes que lo ocultan,  amenazando tormenta,  celajes que son el transcurrir inexorable  del tiempo. 

EC