En el teatro Eslava durante el ensayo.
Bajo la luz difusa del alto tragaluz se agitan silenciosamente en el patio, con movimientos de larvas bien halladas en su elemento, grupos de coristas que forman borrones sombríos en la decoración espectral, aguardando la voz de mando que las llame a escena.
Aquí nada que recuerde la vida; parece mentira que luzca un sol allá fuera…
Me asaltan ideas de desastres, de muchedumbres diezmadas, de inanidad y de tedio. En la escena los cómicos canturrean malos versos y prosas rastreras con tonos soñolientos de sacristanes malhumorados. Se masca el aire que se respira; tan pesado es. También se masca el aburrimiento.
Una figura de mujer viene a sentarse a mi lado en las butacas. Va vestida de negro, con tocas negras, con faldas negras, con guantes negros, con pelo negro, con ojos, negros, con una sonrisa negra que hiela.
¿Será la Muerte?
Luego, á una voz imperativa que viene del fondo del escenario, la mujer se levanta y se va. Una sombrilla que esgrime me hace lanzar un grito involuntario. ¡Dios mío, si será una guadaña! Pero no hay que temer por esta vez, porque la mujer, al subir á escena, chuchotea un aire musical canalla y hace ademán de levantarse las enaguas. ¡Qué horrores ocultarán sin parecerlo! No, no es S. M. la Muerte; es S. M. el Tedio.
Alejandro Sawa. Iluminaciones en la sombra. Ed. Renacimiento. Madrid 1910
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