María Blanchard: Enfermedad, convalecencia y Milagro de la pintura
Ir al Reina Sofía,
a la exposición de Maria Blanchard me dejó la impresión de ir a visitar al hospital, a una conocida moribunda. En
primer lugar estuve perdido entre pasillos, esquivando eso que se llaman
instalaciones, a cual más horrenda, más
descarada. También alguna exposición de
denuncia, pero lo primero que se denuncia a sí mismo es que el supuesto
dibujante es a duras penas un vulgar pinta monas. Luego de
preguntar por dos veces me aclaran que está en la tercera planta,
traumatología me dan ganas de apostillar, y allí llego, ascensor mediante. Otra
exposición que esquivar, creo de fotos, ya
con lo visto tengo bastante… y por fin al fondo, reposan sus cuadros.
Sí, porque
son pocos los cuadros que allí toman vida. Comenzando por un cubismo triste, que como un
academicismo se impone, que la encorseta, y que como cimientos irá ocultando
con los años, pero dejando ver sus marcadas líneas, como un andamiaje, que
trasluce bajo la figura humana. No deja
de ser paradójico en ella, que tanto supo del dolor de la carne, que en estos cuadros,
realizados con tanto esfuerzo, no quede más que la geometría de los cuerpos.
Pasada una
década vienen esas pinturas más gratas. Con algo de ilustración, por su
candidez, su inocencia: niños, juguetes y golosinas, personas con piel de muñecos, con un color de infancia
ajada, de plumier, de cajón de pupitre, y estampita de santo, madonas de mística
cotidiana. Una visión ya convaleciente
de las vanguardias entonces en boga. Un gran destello de esta época: La Comulgante,
que fue lo primero que de ella conocí y me sigue pareciendo un lienzo
inquietante, de detalles sentimentales, delicados
contornos, buscando la pureza más que la transgresión y en el que su doloroso universo ya rasga los telones de la época, deja las escuelas y
los ismos, la retórica moderna, para adentrase en ella, la gran pintora. Y aquí
el milagro, en sus últimas pinturas, de comienzo de los años treinta, apenas
refrendado en esta exposición en dos bodegones. Llenos de fuerza, trazo enérgico
hundiéndose en colores tierra, ocre, sangre y blanca pureza . De aquellos
recipientes cubistas brotó esta pintura viva, donde un cuchillo en primer plano
corta la contemplación en dos, sombra y luz se disputan el recuerdo. Aquí está la pintura, aquí al fin corre libre
y poderosa, afluyendo en la tradición
del arte. Sí, María, ahora sales conmigo
de ese espantoso hospital del arte contemporáneo, cruzas la soleada mañana de
invierno. Sembrando todas esas flores
que querías pintar en la memoria.
EC
EC
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