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lunes, 4 de febrero de 2013

Homenaje a los Malditos (II)


María Blanchard: Enfermedad, convalecencia y Milagro de la pintura

Ir al Reina Sofía,  a  la exposición de Maria Blanchard me dejó  la impresión de ir a visitar  al hospital, a una conocida moribunda. En primer lugar estuve perdido entre pasillos, esquivando eso que se llaman instalaciones, a cual más horrenda,  más descarada.  También alguna exposición de denuncia, pero lo primero que se denuncia a sí mismo es que el supuesto dibujante es a duras penas un vulgar pinta monas.  Luego de  preguntar por dos veces me aclaran que está en la tercera planta, traumatología me dan ganas de apostillar, y allí llego, ascensor mediante. Otra exposición que esquivar, creo de fotos,  ya con lo visto tengo bastante… y por fin al fondo, reposan sus cuadros.  

Sí, porque son pocos los cuadros que allí toman vida.  Comenzando por un cubismo triste, que como un academicismo se impone, que la encorseta, y que como cimientos irá ocultando con los años, pero dejando ver sus marcadas líneas, como un andamiaje, que trasluce bajo la figura humana.  No deja de ser paradójico en ella, que tanto supo del dolor de la carne, que en estos cuadros, realizados con tanto esfuerzo, no quede más que la geometría de los cuerpos.

Pasada una década vienen esas pinturas más gratas. Con algo de ilustración, por su candidez, su inocencia: niños, juguetes y golosinas,  personas con piel de muñecos, con un color de infancia ajada, de plumier, de cajón de pupitre, y estampita de santo, madonas de mística cotidiana.  Una visión ya convaleciente de las vanguardias entonces en boga. Un gran destello de esta época: La Comulgante, que fue lo primero que de ella conocí y me sigue pareciendo un lienzo inquietante, de detalles sentimentales,  delicados contornos, buscando la pureza más que la transgresión y en el que  su doloroso universo ya rasga  los telones de la época, deja las escuelas y los ismos, la retórica moderna, para adentrase en ella, la gran pintora. Y aquí el milagro, en sus últimas pinturas, de comienzo de los años treinta, apenas refrendado en esta exposición en dos bodegones. Llenos de fuerza, trazo enérgico hundiéndose en colores tierra, ocre, sangre y blanca pureza . De aquellos recipientes cubistas brotó esta pintura viva, donde un cuchillo en primer plano corta la contemplación en dos, sombra y luz se disputan el recuerdo.  Aquí está la pintura, aquí al fin corre libre y poderosa,  afluyendo en la tradición del arte.  Sí, María, ahora sales conmigo de ese espantoso hospital del arte contemporáneo, cruzas la soleada mañana de invierno.  Sembrando todas esas flores que querías pintar en la memoria. 

EC

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