León Bloy. Alabanza del incendiario
Hay quienes le tienen miedo; hay muchos que le odian; todos
evitan su contacto, cual si fuese un lazarino, un apestado; la familiaridad con
la muerte ha puesto en su ser algo de espectral y de macabro; en esa vida
lívida no florece una sola rosa.
Jamás veréis que se le cite en los diarios; la prensa
parisiense, herida por él, se ha pasado la palabra de aviso:
"Silencio." Lo mejor es no ocuparse de ese loco furioso; no escribir
su nombre, relegar a ese vociferador al manicomio del olvido... Pero resulta
que el loco clama con una voz tan tremenda y tan sonora, que se hace oir como
un clarín de la Biblia. Sus libros se solicitan casi misteriosamente; entre
ciertas gentes su nombre es una mala palabra; los señalados editores que
publican sus obras, se lavan las manos.
León Bloy sigue adelante, cargado con su montaña de odios,
sin inclinar su frente una sola línea. Por su propia voluntad se ha consagrado
a un cruel sacerdocio.
No es de estos tiempos, Si fuese cierto que las almas
transmigran, diríase que uno de aquellos fervorosos combatientes de las
Cruzadas, o más bien, uno de los predicadores antiguos que arengaban a los
reyes y a los pueblos corrompidos, se ha reencarnado en León Bloy, para venir a
luchar por la ley de Dios y por el ideal, en esta época en que se ha cometido
el asesinato del Entusiasmo y el envenenamiento del alma popular. El desafía,
desenmascara, injuria.
León Bloy ha rugido en
el vacío. Unas cuantas almas han respondido a sus clamores; pero mucho es que
sus propósitos de demoledor, de perseguidor, no le hayan conducido a un
verdadero martirio, bajo el poder de la canalla contemporánea. Decir la verdad
es siempre peligroso, y gritarla de modo tremendo como este inaudito campeón es
condenarse al sacrificio voluntario. El lo ha hecho; y tanto, que sus manos,
capaces de desquijarar leones, se han ocupado en apretar el pescuezo de más de
un perrillo de cortesana. He dicho que la gran venganza ha sido el silencio. Se
ha querido aplastar con esa plancha de plomo al sublevado, al raro, al que
viene a turbar las alegrías carnavalescas, con sus imprecaciones y clarinadas.
Por eso la crítica oficial ha dejado en la sombra sus libros y sus folletos.
No pueden saborearle los asiduos gustadores de los jarabes y
vinos de la literatura a la moda, y menos los comedores de pan sin sal, los
porosos fabricantes de crítica exegética, cloróticos de estilo, raquíticos o
cacoquimios. ¡Cómo alzará las manos, lleno de espanto, el rebaño de afeminados,
al oir los truenos de Bloy, sus fulminantes escatologías, sus
"cargas" proféticas y el estallido de sus bombas de dinamita fecal.
Este artista-— porque Bloy es un grande artista—se lamenta
de la pérdida del entusiasmo, de la frialdad de estos tiempos para con todo
aquello que por el cultivo del ideal o los resplandores de la fe nos pueda
salvar de la banalidad y sequedad contemporánea.
Tiene la vasta fuerza de ser un fanático. El fanatismo, en
cualquier terreno, es el calor, es la vida: indica que el alma está toda entera
en su obra de elección. ¡El fanatismo es soplo que viene de lo alto, luz que
irradia en los nimbos y aureolas de los santos y de los genios!
Rubén Darío. Fragmento de un capítulo sobre León Bloy en "Los Raros"
Los mejores nombres que llevan los mortales les han sido asignados por sus enemigos
Barbey D'Aurevilly
¡Maldición para aquel que no ha mendigado!
Nada hay más grande que mendigar.
Dios mendiga. Los Ángeles mendigan. Los Reyes, los Profetas y los Santos mendigan.
Los Muertos mendigan.
Todo aquello que está en la Gloria y en la Luz, mendiga.
¿Por qué ha de quererse que yo no me honre da haber sido un mendigo, y sobre todo, un "mendigo ingrato"? ...
La primera y más terrible parte de mi vida ha sido cantada en EL DESESPERADO.
He aquí los cuatro últimos años, mis harto sombríos cuatro últimos años.
He creído conveniente publicar algunas de las reflexiones que me sugería cotidianamente mi suplicio.
Desde el punto de vista de la historia de las letras francesas, no está demás que se sepa de qué manera ha tratado a un escritor altivo, que no ha querido prostituirse.
Grand-Montrouge, fiesta de San Lázaro 1895.
León Bloy. Prólogo al "Mendigo Ingrato"
Sois un “Maravillosos artífice del Verbo”, me escribe con
mayúsculas, un joven y ya incurable cretino. Así es como deben hablar los
demonios a sus cautivos, en el lugar del infierno donde crepitan eternamente
los imbéciles.
León Bloy." El Invendible"
León Bloy. "Exégesis de Lugares Comunes"
¡Ah! Si los ricos de nuestros tiempos fuesen auténticos paganos, idólatras declarados, no habría nada que decir. Su primer deber sería , evidentemente, aplastar a los débiles, y el de estos el vengarse, cuando la ocasión se presentara. pero, ahora, aun haciendo lo que hacen, quieren ser católicos, pretender ocultar su ídolos en las mismas llagas adorables.
León Bloy. "La sangre del pobre"
¿Vosotros enseñáis que estamos sobre la tierra para divertirnos? ¡Y bien Nosotros, los muertos de hambre y los harapientos, vamos a divertirnos. Vosotros no miráis a los que lloran y sólo pensáis en gozar. Pero aquellos que desde hace millares de años lloran y os miran , van a gozar por fin, a su vez, y ya que la justicia no existe, harán un simulacro de ella, sirviéndose de vosotros para su diversión.
León Bloy. "El mendigo Ingrato"