Arnold Böcklin. El cruce del Leteo
Las aguas son oscuras, silenciosas. La barca parece no moverse. Ninguna señal desvela el horizonte, apenas si
alumbra la antorcha que porta su proa. Pero los remos se hunden turbios,
abriendo ondas en su cauce. Es el único sonido en esta noche cerrada y sin
límites.
Se diría que el tiempo no transcurre, o que acaso su única medida sean
los olvidos, que cada vez más, nos
van alejando de las costas de la vida.
Lo que recuerdo del lugar de partida es cada vez más brumoso,
apenas si retengo mi nombre, Arnold,
Arnold… me repito como un eco… No guardo memoria de enfermedad o las azarosas heridas que me embarcaron en esta
lúgubre travesía. Solo puedo evocar una
ventana que daba a unas ruinas o quizás fuera pintor y ese un paisaje que yo pintara obsesivamente. Lo único que quedó
indeleble fueron las lágrimas que resbalaban ardientes, cuando cerré los
ojos de mi hija… ¡María! … Bajo esta
corriente , a veces se me aparece su rostro, aunque fugaz se disuelve en
espuma, antes que logre distinguirla
claramente…
Las sombras se han ido espesando, la ceguera no
me deja distinguir ya, las manos colocadas sobre mi pecho. Antes de que se
desmoronen las palabras y su sentido,
quiero decir que, sin embargo, no me abandona la esperanza. ¿Para qué si no esta
barca? ¿Para qué esa antorcha si no es para no perdernos?
EC
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