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sábado, 25 de enero de 2014

Espacios Escénicos (IV)

Arnold Böcklin. El  cruce del Leteo


Las aguas son oscuras, silenciosas.  La barca parece no moverse.  Ninguna señal desvela el horizonte, apenas si alumbra la antorcha que porta su proa. Pero los remos se hunden turbios, abriendo ondas en su cauce. Es el único sonido en esta noche cerrada y sin límites.
Se diría que el tiempo no transcurre,  o que acaso su única medida  sean  los olvidos, que  cada vez más, nos van alejando de las costas de la vida.
Lo que recuerdo del lugar de partida es cada vez más brumoso, apenas si retengo mi nombre,  Arnold, Arnold… me repito como un eco…   No guardo memoria de enfermedad o  las azarosas heridas que me embarcaron en esta lúgubre travesía. Solo puedo evocar  una ventana que daba a unas ruinas o quizás fuera pintor y ese un paisaje que yo pintara obsesivamente.  Lo único que quedó indeleble fueron las lágrimas que resbalaban ardientes, cuando cerré los ojos de mi hija… ¡María! …  Bajo esta corriente , a veces se me aparece su rostro, aunque fugaz se disuelve en espuma, antes que  logre distinguirla claramente…
Las sombras se han ido espesando, la ceguera  no me deja distinguir ya, las manos colocadas sobre mi pecho. Antes de que se desmoronen las palabras y su sentido, quiero decir que, sin embargo, no me abandona la esperanza. ¿Para qué si no esta barca? ¿Para qué esa antorcha si no es para no perdernos?

EC








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