Darío de Regoyos. Un centenario que pasará inadvertido
Bebe Regoyos hasta los posos aquella negra pócima española, y libera al fin su imaginación, que al parecer llegó a estar obsesionada hasta el borde de la neurosis. Años después, según refiere Juan de la Encina, el pintor se declaraba orgulloso de haber sabido estar "triste y enfermo". Y Pío Baroja cuenta: "A mí me llevó a su casa el primer día de conocernos ; entonces vivía en Ategorrieta, cerca de San Sebastián, y me enseñó sus cuadros. Había algunos impresionistas muy bonitos; pero había otros sombríos; él decía de su época de neurasténico y que no los quería enseñar a nadie. A mí me los enseñó; uno era una visita de duelo , y el otro un cadáver de un militar dentro de un ataúd, en medio de una estación de tren. Eran cuadros muy curiosos y muy tétricos. Al mostrarlos, Regoyos se reía como un loco"
Pero Regoyos tuvo mala suerte en vida, y sigue teniéndola póstumamente. Tal vez el ambiente artístico del Madrid de entonces tuviera una constitución demasiado sólida tal vez Regoyos fuera demasiado desdeñoso o inhábil: el caso es que ningún éxito le asistió en vida, salvo la simpatía de algunos escritores, o de algún círculo de artistas en sus últimos años en Barcelona. Luego, Otras formas más convulsivas de novedad han distraído la atención de las gentes. El resultado de todo ello es que todavía hoy Regoyos es mucho menos conocido de lo que su grandeza exige, que su obra se encuentra exiguamente representada en los museos, y que no existe estudios ni remotamente adecuados sobre su figura.
Gabriel Ferrater. Sobre Pintura. Seix Barral. Barcelona. 1981