Mujica Laínez . Escenografías
marchitas.
Acabó la época en que las
aparatosas lámparas de araña multiplicaban en los espejos su barroquismo. La
casa está clausurada.
En el recibidor pende, como la
bandera del naufragio, el gran tapiz descolorido y deshilachado, que retrata La
adoración de los Reyes, tejido según cartón de Rubens (1), que vino a adornar el testero después de
tantas vicisitudes históricas. Abajo un busto roto, desnarigado y perdida una oreja y la mitad de su sonrisa,
posiblemente, de la que fue dueña de la casa, nos da la funesta bienvenida.
La escalera de caracol, expoliado
su mármol, se asoma a la espesa penumbra
de un mausoleo, de muebles amortajados,
donde el carrillón del reloj hace mucho no marca ninguna hora.
En los salones cuadros patinosos
y oscuros, algún paisaje se adivina de
Prilidiano Pueyrredón (2)
en otros ya manchados por la humedad no se distingue nada. Las huellas en el
papel de la pared, delata que allí hubo
algunos otros. Los que entraron en el lote
del anticuario o el chamarilero. Cruje el suelo, tapizado con los desconchones
del techo, por él se esparcen algún
marco dorado carcomido, un violín destripado, algún quinqué sin tubo, discos de
pizarra rotos, añicos de jarrones de Sévres, flores secas… Los cortinajes
pesados y tiñosos guardan sombría esta
ruina.
En su biblioteca, las polillas
apenas han dejado los tejuelos de los libros. Si alguien abriera alguno de sus
tomos en piel, (El de “Pablo y Virginia” de Saint-Pierre, impreso por Alzine en
Perpiñan en 1816, pongamos por caso (3)
) las palabras se desmoronarían como polvo. Quedan sobre su escritorio, dos
frasquitos de tinta seca, legajos polvorientos. Y en un cajón el retrato de una
mujer joven, de expresión alegre, las monturas rotas de unas gafas y algunas monedas de cobre fuera de curso.
En el dormitorio, bajo un
crucifijo, el colchón hundido, el de un lecho que debió ser adoselado, enseña
sus entrañas de plumas, cobijo de ratones. Tras la puerta los jirones de un
vestido lila y un estrambótico sombrero con plumas de avestruz (4). Dos maletas de cuero
cuarteadas, con pegatinas de hoteles distantes. Un tocador cojo de una pata y
con su luna quebrada. Una polvera seca, tarritos de perfume que dejaron su
fragancia en el pasado…
La cocina como el baño fueron devastados en busca del plomo de sus tubos y
cañerías, algún cubo de zinc desfondado, una sartén sin rabo, botellas vacías.
La mansión , se fue quedando tan muda
como el panteón familiar, solo en verano se escuchan los vencejos que anidan en
su piso de arriba. Hasta la esbelta palmera que se erguía en su jardín fue
talada (5).
1 - Del
cuento La Adoración de los Reyes en Misteriosa Buenos Aires
2 - Del
cuento El pintor de San Isidro en Aquí Vivieron
3 - En
“Memorias de Pablo y Virginia” también cuento de Misteriosa Buenos Aires
4 - Del
Cuento El Coleccionista de Aquí Vivieron
5 - De
la novela “La Casa”
Así mismo,
aparecen objetos descabalados de la novela Los Ídolos y otros tantos cuentos de Manuel Mujica Laínez , dispersos ya por mi
memoria.
EC
Naturalezas Muertas. Bodegones de La Recoleta 3, 7 y 11. Buenos Aires. 2013. EC