Un público indiferente á las bellezas, heredero de una educación general mal entendida é instruído superficialmente, es el primer eslabón de esta miserable cadena. Cuando los poetas ven al público aplaudir dramas execrables, no sospechar siquiera la existencia de bellezas positivas, que tantas vigilias le han costado, no tarda en sucumbir y en repetir con Lope de Vega:
Puesto que el vulgo es quien las paga, es justo
Hablarle en necio para darle gusto.
Los hombres no son más que hombres, y sería mucho exigir de la débil humanidad querer encontrar siempre en cada hombre un héroe dispuesto á sacrificar los aplausos justos ó injustos, al deseo de agradar á media docena de literatos cuya aprobación de gabinete no mete ruido. Cuando los poetas ven que falta en el auditorio ese orgullo nacional, capaz de hacer milagros donde quiera que exista; cuando oye aplaudir indistintamente las mezquinas traducciones extrañas á nuestras costumbres, y preferirlas acaso á las obras originales; cuando las ve pagar con tan poca diferencia, ¿qué mucho que no se canse en correr en pos de la perfección? ¡Cuánto más fácil es traducir en una semana una comedia que hacerla original en medio año! ¿ Por qué ha de emplear tanto tiempo, tantos afanes por conseguir aquel mismo premio que en menos tiempo y con menos trabajo puede alcanzar? De aquí las miserables traducciones, de aquí la expulsión del buen género para hacer lugar al género charlatán que deslumbra con fáciles y sorprendentes golpes de teatro. De aquí la ausencia de caracteres, de pasiones y de virtudes, para sustituirles esos traidores falsos y eternos que hacen el mal para buscar efecto, esos crímenes no justificados, y esos vicios asquerosos pintados de una manera todavía más asquerosa.
Mariano José de Larra
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